jueves, 24 de diciembre de 2009

ADAGIO


ADAGIO 



Pronuncio espejos. 

Pronuncio el escándalo del cableado telefónico 

(el hilo de pájaros ligeros 

que me acercó 

tu voz a la garganta). 

Pronuncio las cuatro patas saladas del océano 

(el  animal azul 

que me lamió el verano y olfateó 

la desnudez que fui 

cuando fui vela, 

y me incrusté 

en los babores de tu viento).

  

Pronuncio intemperie. 

Pronuncio la rubia dignidad 

de esta copa de vino vacía, 

el humo tribal del cigarrillo 

que me acorta los días, 

y el llanto de todo lo que va a morir 

(los frascos de perfume vacíos, 

las excusas cansadas de los cónyuges rotos 

y esa película de Von Trier 

tan parecida a mí como la náusea).



Amaste a la que pude ser, 

pero fui otra.



Pronuncio tijeras. 

Pronuncio el futuro de las amapolas 

(pequeñas bocas de jalea 

saboteando 

la lentitud de los jardines). 



Las tijeras y las amapolas se parecen: 

desordenan. 



Las tijeras, las amapolas y yo nos parecemos.



Desordenarte, 

amor, 

me costó la ausencia.






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