DOS AÑOS Y
CIEN COPAS DESPUÉS
Dejé de fumar.
Dejé de jugar a
despeinarme
para opinarme
más joven,
de conjugar la
vida con tus mismos gestos,
de tantearte las
horas.
Dejé de variar
nuestras inclemencias
en un casal de
luciérnagas
(no volamos,
no brillamos,
consumamos el inexcusable error de dar un paso
más allá del
verano).
Dejé de pensarte
al hacer el amor
(dejé de lado,
también,
la necia pretensión de hacer el amor:
copulo,
fornico,
me apareo,
deshago el amor
minuciosamente,
con una
diligencia cirujana).
Dejé de vincular
tu nombre
al riesgo de mis
labios.
Ya no hay
húmedas travesías
por tu boca
ni mugidos
melancólicos sacudiéndote el cuerpo
(ni siquiera
en la pálida
visitación del sueño).
Dejé de acusar
golpes y prologar
una congoja perpetua.
Ya no hay
nosotros.
Ya no hay vos.
Punto.
Y aparte.
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