CARTA A LA DESCONOCIDA
Agosto 11 de 2008
Premoniciones
A los tres segundos de mirar los ojos con los que ella veía a John, entré en su alma cruzando sus poemas: puentes extendidos al azar, arcos tendidos hacia una aventura a lo desconocido y a la vida interior de una mujer entrevista como aparición, intuida como poesía, amada como la esencia pura de lo femenino en el mundo. Una mujer de quien cualquier hombre sensible podría enamorarse de manera inmediata, definitiva y para siempre.
(La llamo y la invento, hago hogueras para ella, ardo en ellas. La invoco en el rincón del viento, entre las acacias japonesas y las canas del yarumo; en las “lindas lindes de bosque” que rodea mi casa, por donde mi alma trashumante vaga como ánima sola).
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Asombrosa, sola y bella Raquel Fernández:
Desde Colombia te escribe Gustavo Giraldo, un hombre que vive en la campiña cercana a Medellín, la ciudad donde Carlos Gardel tomó el último vuelo a la inmortalidad y se le rinde el culto debido, porque aquí Carlitos sigue cantando mejor que antes. Y ello se le agradece no sólo erigiéndole estatuas o bautizando avenidas con su nombre, sino incorporándolo como parte del imaginario y la memoria genética de nuestra gente. Creo que al Negro se le quiere, evoca y echa de menos mucho más en Medellín que en Buenos Aires.
Pero no era de Gardel de quien quería hablarte. Encontré tus palabras esta noche mientras navegaba en busca de Roberto Bolaño y sus Detectives Salvajes real visceralistas. Y tuve la gracia de hallar tu poema a John Lennon. Desde hace ya casi tres horas no ha dejado de sonar la banda sonora de su vida en mi computador, ni cesado de rebotar tus ardientes palabras en mi cerebro, como fosforescencias y juegos pirotécnicos cayendo tan cerca que casi me queman. “La vida es lo que ocurre, mientras estás ocupado haciendo otros planes”.
En la noche del lunes pasando a martes, tuve un sueño muy extraño: yo era una especie de fotógrafo cazando imágenes para una revista surrealista en la que supuestamente trabajaba. Tenía como acompañante a un hombre de edad indefinible y rasgos aindiados. Mientras caminábamos por entre un claro del bosque, el misterioso acompañante desapareció de mi campo de visión. De repente, a ras del piso, me encontré un portarretratos con la foto de una mujer muy bella. Sobre imponiéndose a su imagen, aparecía y desaparecía un osito de peluche, a un tiempo tapándola con su volumen juguetón, y al instante siguiente, descubriéndola.
Y detrás del portarretratos, como integrada a esa composición fantástica, más juguetón que el mismo osito, guiñándome sus ojos pícaros e invitándome a seguirlo al otro lado del espejo, asomaba la cabeza un chamán antiquísimo de melena entrecana y manos cuyas venas brotadas eran a la vez raíces, ramas y sangre de un árbol milenario, a cuyo pie la fotografía que al comienzo del sueño veía claramente en primer plano, ahora se tornaba difusa, llena de niebla impenetrable. Cuando miré con mayor fijeza la foto, observé que la cubrían grietas minúsculas, parecidas a la huella en un vidrio que no se rompe del todo pero que señala su fractura. Por allí, por entre esas mínimas hendiduras del tiempo, el chamán me invitaba a creer, crear y recorrer, otra vez, caminos con corazón. Usaba unas gafas doradas de aro redondo y cristales resquebrajados. Y sin dudarlo un solo instante, yo lo seguí.
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Ahora entiendo que ese sueño, mi querida Raquel Fernández, prefiguraba el camino que conducía a tu poema, al amor que nos une para celebrar la vida y lo que nos queda de humanidad, frente a la vergüenza de pertenecer a la misma especie de Bush o Putin o Uribe. Gracias por tu vida, que enriquece la mía. Un abrazo desde las montañas de Antioquia, en tanto sigue sonando nuestro querido John Lennon entre la lluvia, el viento, la distancia…
Agosto 11 de 2008
Premoniciones
A los tres segundos de mirar los ojos con los que ella veía a John, entré en su alma cruzando sus poemas: puentes extendidos al azar, arcos tendidos hacia una aventura a lo desconocido y a la vida interior de una mujer entrevista como aparición, intuida como poesía, amada como la esencia pura de lo femenino en el mundo. Una mujer de quien cualquier hombre sensible podría enamorarse de manera inmediata, definitiva y para siempre.
(La llamo y la invento, hago hogueras para ella, ardo en ellas. La invoco en el rincón del viento, entre las acacias japonesas y las canas del yarumo; en las “lindas lindes de bosque” que rodea mi casa, por donde mi alma trashumante vaga como ánima sola).
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Asombrosa, sola y bella Raquel Fernández:
Desde Colombia te escribe Gustavo Giraldo, un hombre que vive en la campiña cercana a Medellín, la ciudad donde Carlos Gardel tomó el último vuelo a la inmortalidad y se le rinde el culto debido, porque aquí Carlitos sigue cantando mejor que antes. Y ello se le agradece no sólo erigiéndole estatuas o bautizando avenidas con su nombre, sino incorporándolo como parte del imaginario y la memoria genética de nuestra gente. Creo que al Negro se le quiere, evoca y echa de menos mucho más en Medellín que en Buenos Aires.
Pero no era de Gardel de quien quería hablarte. Encontré tus palabras esta noche mientras navegaba en busca de Roberto Bolaño y sus Detectives Salvajes real visceralistas. Y tuve la gracia de hallar tu poema a John Lennon. Desde hace ya casi tres horas no ha dejado de sonar la banda sonora de su vida en mi computador, ni cesado de rebotar tus ardientes palabras en mi cerebro, como fosforescencias y juegos pirotécnicos cayendo tan cerca que casi me queman. “La vida es lo que ocurre, mientras estás ocupado haciendo otros planes”.
En la noche del lunes pasando a martes, tuve un sueño muy extraño: yo era una especie de fotógrafo cazando imágenes para una revista surrealista en la que supuestamente trabajaba. Tenía como acompañante a un hombre de edad indefinible y rasgos aindiados. Mientras caminábamos por entre un claro del bosque, el misterioso acompañante desapareció de mi campo de visión. De repente, a ras del piso, me encontré un portarretratos con la foto de una mujer muy bella. Sobre imponiéndose a su imagen, aparecía y desaparecía un osito de peluche, a un tiempo tapándola con su volumen juguetón, y al instante siguiente, descubriéndola.
Y detrás del portarretratos, como integrada a esa composición fantástica, más juguetón que el mismo osito, guiñándome sus ojos pícaros e invitándome a seguirlo al otro lado del espejo, asomaba la cabeza un chamán antiquísimo de melena entrecana y manos cuyas venas brotadas eran a la vez raíces, ramas y sangre de un árbol milenario, a cuyo pie la fotografía que al comienzo del sueño veía claramente en primer plano, ahora se tornaba difusa, llena de niebla impenetrable. Cuando miré con mayor fijeza la foto, observé que la cubrían grietas minúsculas, parecidas a la huella en un vidrio que no se rompe del todo pero que señala su fractura. Por allí, por entre esas mínimas hendiduras del tiempo, el chamán me invitaba a creer, crear y recorrer, otra vez, caminos con corazón. Usaba unas gafas doradas de aro redondo y cristales resquebrajados. Y sin dudarlo un solo instante, yo lo seguí.
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Ahora entiendo que ese sueño, mi querida Raquel Fernández, prefiguraba el camino que conducía a tu poema, al amor que nos une para celebrar la vida y lo que nos queda de humanidad, frente a la vergüenza de pertenecer a la misma especie de Bush o Putin o Uribe. Gracias por tu vida, que enriquece la mía. Un abrazo desde las montañas de Antioquia, en tanto sigue sonando nuestro querido John Lennon entre la lluvia, el viento, la distancia…
Arte: "Hylephobia: The Fear of Epilepsy", Shannon Bonatakis
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