PERDÍ TU DIRECCIÓN
Perdí tu dirección.
La había anotado tu boca
descendiendo
como una arañita inquieta
desde mi nuca hasta mis muslos,
bosquejando cierta calle,
cierta esquina,
cierto jardín empapado de insectos
fascinantes
y rosas tejedoras
del idioma del agua.
Pero la perdí.
Me acostumbré a vivir entre arañas
que no escriben con saliva
el santo y seña
de un amor que pasará a mi historia
por su mala conducta
(me morí de pena por los cuatro costados
cuando me quitaste
las ocho patas de tu beso).
Perdí tu dirección.
¿Qué hago ahora,
recién bañadita
y sin saber
a qué puerta
tengo que ir a golpear?
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