domingo, 30 de junio de 2024

VERANO DEL ‘76

 
VERANO DEL ‘76


 A Daniel



Vos armabas canastitas con abrojos

y yo tenía una coronita de flores en el pelo

(“Soy una princesa, ¿ves? 

Y a las princesas no les pasa nada malo. 

Nunca.”) 

Hacía calor y esperábamos

que alguien nos rescatara de ese jardín ajeno.

Queríamos volver a casa y ver la Pantera Rosa. 

Queríamos volver a casa, 

a papá y mamá  enormes  y definitivos,

mamá con un gorrión en la garganta,

papá con el corazón entero

(nada de “Jorge no puede respirar”,

nada de “Jorge se muere”,

a las princesas no les pasan esas cosas).



Vos me creías cuando yo te decía 

que todo estaba bien, 

que los médicos curaban. Siempre.  

(Me creías cuando te decía que los caracoles se casaban, 

que si girábamos en el patio hasta marearnos 

cantando “El sol sale para todos

la lluvia se iba,

que la mamá de Bambi estaba sana y salva en una casita de Mar del Plata:

“Yo la vi, te juro que yo la vi, lo de la película fue todo mentira”). 

Vos armabas canastitas con abrojos

y yo tenía una coronita de flores en el pelo.

El verano se prometía lindo. 

Queríamos volver a casa.  

Y volvimos. 



Volvimos

para besar a un señor frío y blanco 

que era papá

pero no era.



 Volvimos

para aprender a ser huérfanos.






Del poemario "Pretty in pink" (2016)



 

viernes, 28 de junio de 2024

MANIFIESTO DE INFANCIA


MANIFIESTO DE INFANCIA


Cuando yo era chica y no podía ver el mar
me acostaba boca arriba en el pasto
y miraba el cielo.
Imaginaba que el cielo era el mar
y las nubes eran olas,
y con eso bastaba.
Bastaban un cuenco vacío,
unas hebras de pasto abandonadas,
una caja de pinturitas nueva
y un libro de tapas amarillas de la colección Robin Hood
para saber
que los Reyes habían pasado.
(los chicos del barrio salían a la vereda
con sus juguetes de estreno
y yo me sentaba a leer en el jardín
y era Jo March,
porque fui Jo March mucho antes
de ser Anna Karénina Lady Chatterley,
y a veces me pregunto por qué no seguí siendo Jo
si era mucho más fácil).


Cuando yo era chica

bastaba invocar a San Marcos
(rey de los charcos)
para tener la certeza
de que vendría la lluvia.
Bastaba invocar a San Roque
(que ese perro no me toque)
para salvarse de cualquier mordedura.
Bastaba hacer un nudo en un pañuelo
para que Poncio Pilato cola de gato
hiciera lo que tenía que hacer:
que ganara Boca,
que faltara la maestra,
que las vacaciones de verano no terminaran nunca.


Cuando yo era chica también tenía miedo, claro.
Era Raquel Welch en “Hace un millón de años”,
señorita de las cavernas depiladísima y con un peinado a gogó,
y un pajarraco prehistórico me atrapaba con su pico feroz
(por eso cuando miraba el cielo e imaginaba el mar
temblaba un poco:
“¿Y si ahora, si justo ahora,
aparece un bicho de esos?”).
Tenía miedo de los esqueletos, los cocodrilos,
el Viejo de la Bolsa, el Fantasma Benito.


Cuando yo era chica
abrazaba a una muñeca negra con un vestido a lunares
que se parecía un poco a mí
vendía empanadas cada 25 de mayo
(y esperaba que la revolución llegara de verdad
y pusieran a las rubias a vender empanadas,
y pudiera debutar ¡por fin! como dama antigua).


Cuando yo era chica me dormía
sin contar ovejas, sin contar amantes, sin contar pastillas.
Y no escribía poemas.


No escribía poemas.

¿No es maravilloso?





Del poemario "Pretty in pink" (2016)
 

miércoles, 26 de junio de 2024

LA PRIMERA VEZ QUE LLORÉ POR LA MAMÁ DE BAMBI


 LA PRIMERA VEZ QUE LLORÉ POR LA MAMÁ DE BAMBI



 La primera vez que lloré por la mamá de Bambi tenía cuatro años.

No sé si sólo lloré por ella o también lloré por Bambi,
por el abuelito Luis,
por todo lo que iba a venir
(quizás esas lágrimas fueron una premonición,
quizás ese dolor que me atravesó como un relámpago
fue el primer paso
de mis pasos de  orfandad).



La primera vez que lloré por la mamá de Bambi tenía cuatro años.
Yo también era un cervatillo tibio
oliendo las flores
y la primavera me empujaba la sangre
escalones arriba
hasta tocar el cielo.
Hasta tocar a Dios, casi.



Alguien se enojó con Disney
porque todos sus pequeños héroes
son huérfanos,
pero está bien así:
los huérfanos necesitamos
que alguien pose su mirada amorosa sobre nosotros.
Contar una historia distinta.
Dejar de ser “el que no tiene papá”,
“la que no tiene mamá”.
Y ser el Rey más justo de  la selva,
la preciosa sirena enamorada de un Príncipe.



La primera vez que lloré por la mamá de Bambi tenía cuatro años.
Claro que me pregunté por qué tenía que morirse,
como me pregunté  después por qué tenían que  morirse Beth
y el más encantador de los ocho primos.
¿Sabés que nos decía Louisa May Alcott
cada vez que mataba a una de sus criaturas?
Que la Muerte está ahí,
que no te podés dar el lujo de cerrarle la puerta en la cara
ni siquiera cuando tenés cuatro años.
Ni siquiera cuando tenés diecisiete.
(Aunque le cuelgues a la escarlatina de Beth
un cartelito que diga:
“Contenido no apto para niñas, niños y adolescentes”,
porque ese cartelito no se lo cree nadie).



Te voy a contar un secreto.
No, no tiene que ver con mi verdadero color de pelo
ni con el número apocalíptico que me tira la balanza.
Es un secreto más ridículo y más dulce:
yo todavía lloro por la mamá de Bambi.
Raquel 1, el Mundo 0.
Raquel 1, la Vida 0.
Raquel 1, Terapia 0.
Raquel 1, Vos 0.
No pudieron cambiarme el corazón.
Ni siquiera un poquito.
No pudieron convencerme de que es una película,
es un dibujo animado,
no se muere  de verdad,
no se muere de verdad.



(Entonces tengo cuatro años
y la primavera me empuja  la sangre
escalones arriba
hasta tocar el cielo.
Hasta tocar a Dios, casi.
Y vos no existís.

Ni siquiera en sueños.)



Arte: Walt Disney, 1942

Del poemario "Pretty in pink" (2016)

lunes, 24 de junio de 2024

TE RECUERDO


TE RECUERDO
 

“Miro hacia la calle, hacia lo más profundo,
y veo como pasa en bicicleta el joven animal
que soñó que era yo”.
Ray Bradbury

Te recuerdo. Claro que te recuerdo.
Huesos de papel de arroz.
Pajaritos de vidrio en las puntas de los dedos.
Inhalabas mariposas y exhalabas verano
(ni siquiera julio se atrevía a tocarte,
la escoba de tus pestañas barría el invierno hacia adelante,
siempre hacia adelante,
será por eso que hoy tenés  las manos heladas).


Te recuerdo. Inventando historias.
Obligando a tu hermanito a representar una y otra vez
la película de Rip van Winkle
(temblando ante la posibilidad de dormir durante veinte años
y despertarte en un mundo de vestidos plateados,
y vacaciones en la Luna,
y vos, una vieja de treinta).
Recortando los anuncios de los cines del diario,
obsesionada con actores y actrices cuyos nombres
no sabías pronunciar
(querías tener tu propia película;
cualquiera, menos la del tiburón,
la del  tiburón no,
el tiburón tenía una boca enorme
y la chica estaba desnuda).

Te recuerdo, bonita.
Llorando porque te obligaban a cortarte
esos rulos casi imposibles de desenredar
y tu mamá tratando de consolarte jurando que te parecías a Gina Lollobrigida
aunque vos no supieras quién era esa señora
(ahora que lo sabés
te mirás al espejo y te preguntás
cuántas veces más te habrán mentido los grandes).

Te recuerdo. Claro que te recuerdo.

Raffaella Carrà, Angelito de Charlie, Mujer Maravilla,
Jo March, Candy Candy,
Raquel  Welch en la tapa de la revista Siete Días
(así de maravillosa ibas a ser,
con el pelo así de largo;
tenían el mismo nombre,
¿por qué no iban a ser igual de lindas?).


Te recuerdo,
joven animal que soñó que era yo,
y lloro cuando leo a Bradbury
porque vos aparecés tantas veces
en su enjambre de memorias
y me preguntás con dulzura si sueño que soy vos
y yo te digo que sí, que sí, que sí.
Que siempre. 

Que toda la vida.



Arte: Meganathan M

Del poemario "Pretty in pink" (2016)

martes, 18 de junio de 2024

CERRANDO PUERTAS


 CERRANDO PUERTAS 


“¡No le toques ya más que así es la rosa!” – Juan Ramón Jiménez 


De repente, la ausencia. Un manotazo, la voz de fuga. Un manotazo, la rotura del mediodía. La ortografía del muerto en un papel amarillo. Peligro de habla. Peligro de gritar lo que no se dijo nunca.  

II 

Ciega de alma, la mesa. El lugar vacío. El instante que humedece las palabras. Partir el pan y el cuchillo. Partir la boca muda. Saber la fatalidad más grande. Sin volver a mirarlo jamás. Porque esa risa no era mía: las fotografías mienten.  

III 

Cuándo dio el salto. Cuándo se convirtió en el antepasado de la esperanza. Dónde se dejó la vida. Por qué no lo reconozco en el roce de la luz. Por qué fuimos arena que no coincidió en ningún desierto.  

IV 

Entonces el alma es un lugar sin pájaros. Entonces no hay más Infierno que mugir para adentro, dar estocadas ciegas a los signos, entenderse por fin con la locura. Entonces no queda más consuelo que la desnudez atemporal de las flores.  


Quién le sirvió a la Muerte este plato de carne viva. Demasiado cercana para buscarlo. Mi verso insiste pero no lo toca. Hay una fiesta con amigos a la que no me  invitaron. Me muerdo las manos, pero es tarde. E inútil: no lo conozco.
  
VI 

El llanto de los vivos espanta a los muertos. Los párpados de los muertos espantan a los vivos. Pero los ojos de los unos y los otros jamás se encuentran. Hay reinos que no pueden tocarse.  

VI 

Los juguetes de la vida están rotos. Hay que cumplir los ritos que envuelven cada llama que se agota. La tierra en la garganta finalizando historias. La tierra sofocando los ojos que nunca fueron llaves. Él abandonando las garras.  

VIII 

Sangre resbalada en sus últimas baldosas. Sangre que no es sangre pero duele como un animal moribundo. Quiero sentirlo mío, pero no puedo. Algo me arrancó su tiempo y no hay lágrimas que valgan para recomponer la injusta tragedia de la carne.  

IX 

Elevo mi nada hacia lo que no escucha. Podría tener una cruz. Podría tener un escapulario que dijera su nombre. Pero a los muertos hay que dejarlos ir. Por eso le suelto las manos.  


Dolió aprender a no palpar la rosa. A cerrar ese tiempo que fue nuestro. Escaso, errado, flemático, indigente. A restañar con palabras el pasado imperfecto. Para que los muertos y los vivos comprendan de una vez por todas que ya no hay que tocar nada. El poema está terminado.



Del poemario "Hermano", El Mensú Ediciones, 2011