“Hace veintisiete años mataron
a John Lennon. Yo tenía veinte, mi hermano
diecinueve. Los dos nos encerramos a escuchar
sus canciones y lloramos en silencio. Nunca
habíamos llorado juntos. Tal vez ni se acuerde.
Cuando lo vea voy a preguntarle.”
Eduardo Chirinos
Mamá
abrió la puerta de nuestro dormitorio y dijo
“Mataron
al beatle que estaba casado con la japonesa”.
“John”,
murmuró mi hermana casi lágrima.
“John”,
repetí yo,
mientras
mi corazón hacía aguas
y la
música empezaba a dolerme.
John.
El de
los animales francos en la voz,
el de
la sonrisa socarrona.
El que
crecía y decrecía, como Alicia,
y
nadaba en vasitos de papel
desbordados
de lluvia.
El rey
coronado
con flores
de celofán,
y como
cetro
una
mujer incómoda.
El que
rompió la rosa de los vientos
porque
todos los rumbos se extinguieron
cuando
su lengua se quedó vacía.
John.
Esa
noche
él fue
mi vigilia.
En mi
cabeza retumbaron
los
cinco disparos,
cuatro quebrando su cuerpo,
el
quinto, una ventana del edificio Dakota.
Y vi a
Yoko llorando,
arrodillada
al lado de su hombre,
mientras
la sangre dibujaba frutillas en el piso
y todo
el mundo se moría un poco
porque
él se moría,
era
eterno y se moría,
cómo
puede ser.
Cómo.
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