PERDÓN
“El perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó.” - Mark Twain
La niña se miraba las uñas.
La huérfana estaba siempre
veinte años atrás.
Se sentaba a llorar
porque nadie conocía su nombre.
Se quejaba de la pálida hechura del cielo,
de las pirámides de hojas secas.
Se quejaba porque nadie la había arropado,
ni le había contado el cuento más bello del mundo,
ni la había hecho tragar caldo de pollo
como hacen las mamás en las películas.
Se quejaba por lo hecho y lo deshecho.
Siempre.
La niña y la huérfana eran una
y no sabían perdonar.
Tenían un dolor de pie y sin armadura
que se mezclaba a veces
con dientes de leche extraviados,
con dibujos que no adornaron paredes,
con ese hueco donde hubo un por qué.
Ese hueco en el pecho.
La niña y la huérfana eran una
y no sabían perdonar.
Perdonar es como acariciar un pájaro de terciopelo,
como revisar palmo a palmo la memoria
para arrancar las malas hierbas.
Pero ellas no sabían.
Fueron esa mujer
que jamás pudo extender la mano
para borrar las malas artes
escritas en los muros de su historia.
Al final,
se pudrieron en la tierra como cualquiera.
Y el viento no supo qué decir.
“El perdón es la fragancia que derrama la violeta en el talón que la aplastó.” - Mark Twain
La niña se miraba las uñas.
La huérfana estaba siempre
veinte años atrás.
Se sentaba a llorar
porque nadie conocía su nombre.
Se quejaba de la pálida hechura del cielo,
de las pirámides de hojas secas.
Se quejaba porque nadie la había arropado,
ni le había contado el cuento más bello del mundo,
ni la había hecho tragar caldo de pollo
como hacen las mamás en las películas.
Se quejaba por lo hecho y lo deshecho.
Siempre.
La niña y la huérfana eran una
y no sabían perdonar.
Tenían un dolor de pie y sin armadura
que se mezclaba a veces
con dientes de leche extraviados,
con dibujos que no adornaron paredes,
con ese hueco donde hubo un por qué.
Ese hueco en el pecho.
La niña y la huérfana eran una
y no sabían perdonar.
Perdonar es como acariciar un pájaro de terciopelo,
como revisar palmo a palmo la memoria
para arrancar las malas hierbas.
Pero ellas no sabían.
Fueron esa mujer
que jamás pudo extender la mano
para borrar las malas artes
escritas en los muros de su historia.
Al final,
se pudrieron en la tierra como cualquiera.
Y el viento no supo qué decir.
Qué lástima.