HACE MIL
BOCAS, MIL SUEÑOS, MIL PUERTAS
Hace mil bocas,
cuando esta boca no era
la madrastra del silencio,
me atreví a pronunciar tu nombre.
Lo degusté como una a fruta dulce.
Quizás ocultaba, entre sus
aguamieles,
un dejo sutil de
podredumbre,
pero mi lengua no se
percató:
aún había demasiado verano entre
mis manos
y los trenes llegaban a
tiempo.
Hace mil sueños,
cuando este sueño no era
la maledicencia del desamparo,
me atreví a remontar tu cuerpo.
Lo cabalgué como a un corcel vidriado.
Quizás ocultaba, entre sus
sudaciones,
una estaca de hielo,
pero mi carne no se
percató:
aún había demasiado jolgorio
entre mis piernas
y los barcos llegaban a
tiempo.
Hace mil puertas,
cuando todavía había puertas
esperando ser abiertas,
me atreví a cruzar el umbral de tu mirada.
Caminé tus ojos en el nido tibio
de una cama ajena.
Y fue bello sacudir las sábanas
de la mañana
y mullir la almohada del
deseo,
a pesar de las dulzuras para
moscas
y los puñales gélidos.
Nadie me dijo nunca que la
nostalgia
era más poderosa que el amor.
Nadie me dijo que después de mil bocas,
de mil sueños,
de mil puertas,
los trenes y los barcos se
entretienen
en el temblor de un beso
recordado
y se olvidan del tiempo y de la
espera.
Nadie me dijo que los
pactos rotos
penden sobre la luna
con la fría solvencia de una espada,
y que al final de un viaje erróneo
no hay bocas, ni sueños, ni puertas,
sólo la costumbre torpe
de ir naciendo cada día
para morir cuando un ángel
perverso
incendia las reservas del
crepúsculo.
Arte: Michele Lynch
Del poemario "Todos los hombres
que me amaron", Ediciones Literarte, 2012
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