lunes, 28 de junio de 2010

HACE MIL BOCAS, MIL SUEÑOS, MIL PUERTAS


HACE MIL BOCAS, MIL SUEÑOS, MIL PUERTAS   



Hace mil bocas, 

cuando esta boca no era 

la madrastra del silencio, 

me atreví a pronunciar tu nombre. 

Lo degusté como una a fruta dulce. 

Quizás ocultaba, entre sus aguamieles, 

un dejo sutil de podredumbre, 

pero mi lengua no se percató: 

aún había demasiado verano entre mis manos 

y los trenes llegaban a tiempo.   



Hace mil sueños, 

cuando este sueño no era 

la maledicencia del desamparo, 

me atreví a remontar tu cuerpo. 

Lo cabalgué como a un corcel vidriado. 

Quizás ocultaba, entre sus sudaciones, 

una estaca de hielo, 

pero mi carne no se percató: 

aún había demasiado jolgorio entre mis piernas

 y los barcos llegaban a tiempo.



Hace mil puertas, 

cuando todavía había puertas 

esperando ser abiertas, 

me atreví a cruzar el umbral de tu mirada. 

Caminé tus ojos en el nido tibio 

de una cama ajena. 

Y fue bello sacudir las sábanas de la mañana 

y mullir la almohada del deseo, 

a pesar de las dulzuras para moscas 

y los puñales gélidos.



Nadie me dijo nunca que la nostalgia 

era más poderosa que el amor. 

Nadie me dijo que después de mil bocas, 

de mil sueños, 

de mil puertas, 

los trenes y los barcos se entretienen 

en el temblor de un beso recordado 

y se olvidan del tiempo y de la espera.  



 Nadie me dijo que los pactos rotos 

penden sobre la luna  

con la fría solvencia de una espada, 

y que al final de un viaje erróneo 

no hay bocas, ni sueños, ni puertas, 

sólo la costumbre torpe 

de ir naciendo cada día 

para morir cuando un ángel perverso 

incendia las reservas del crepúsculo.




    
Del poemario "Todos los hombres que me amaron",  Ediciones Literarte, 2012   


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