BRINDIS
Sacá
la botella de champagne
que
hay en la heladera
y
brindemos.
Sí,
ya sé que es martes a la noche,
y
que mañana se trabaja,
y
que el médico te dijo que tu colesterol está alto
y
tenés que cuidarte la presión.
Pero
brindemos hoy.
Brindemos
por los buenos tiempos,
cuando
yo te despertaba a mitad de la noche
para
hacer el amor
y
vos me alzabas para cruzar cualquier charquito,
por
inofensivo que fuera.
Cuando
pintábamos las paredes de nuestra casa
(en
realidad, vos las pintabas
y
yo revoloteaba a tu alrededor,
como
una mariposa histérica,
complicándote
las cosas).
Brindemos
también por los malos tiempos.
Para
que no vuelvan.
Por
mis bolsillos llenos de piedras
y
mis notas de suicidio,
siempre
dirigidas a extraños.
Y
por ese silencio espeso que se coló
debajo
de la puerta de nuestra difícil convivencia.
Brindemos
por mis secretos.
Vos
también tendrás los tuyos. No quiero saberlos.
Brindemos
por nuestro hijo.
Es
un buen chico,
un
chico maravilloso.
Un
chico sano.
Tiene
tus ojos y mis obsesiones.
Brindemos
por lo que tenemos:
una
familia.
Una
familia que muchas veces estuvo herida de muerte,
pero
que sigue en pie.
Imagino
que con los años el amor se convierte en esto:
“Te quiero, pero me ponés nerviosa cuando estás en casa”.
Brindemos
porque nunca fui para vos una pared
imposible
de escalar
y
si lo fui,
aprendiste
a saltar con garrocha.
La
de golpes que te habrás dado,
mi
pobre atleta del alma.
Brindemos
porque vos ya sabés
que
yo soy de las que creen
que
las tarjetas de crédito se pagan solas
y
yo ya sé
que
nunca vas a entender lo que escribo.
Dale,
sacá
la botella de champagne de la heladera.
Quiero
brindar hoy,
martes
a la noche,
día
laborable,
desobedeciendo
al médico
y
haciéndole pito-catalán al colesterol y a la presión.
Quiero
brindar hoy,
porque
estoy en casa.