TÉ PARA UNO
Esto no es una
película de Shyamalan,
pero yo también
veo gente muerta.
Los muertos
-mis muertos-
se atrincheran
blandamente en la lluvia delatora
que le muerde las
manos al otoño
y resisten la
furia del olvido,
su bocanada
absurda de papeles mustios
y lápidas inciertas.
Yo les sirvo té
muy azucarado
en preciosas
tacitas de porcelana
y alfombro sus
gargantas con mis gritos,
y amueblo sus
pupilas con mi llanto.
Los muertos
-mis muertos-
casi nunca
contestan mis preguntas,
sólo beben su té
y enseñan sus encías grises
en un remedo
ingrato de sonrisa.
Yo invento una
merienda surrealista
para alegrar sus huesecitos
tristes,
y atesoro con
celo mi alcancía de sombras,
mis visiones de
endechas y naufragios,
mis espejos
trucados.
Esto no es una
película de Shyamalan.
Tampoco es un
capítulo de “Alicia en el País de las
Maravillas”.
Esta es mi vida
y estos son mis
muertos.
Esta es mi taza
de té
y este es mi insoportable desamparo.
Y esta es mi
soledad,
intacta.
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