ALGUNAS VECES
"...Vuelvo a ser responsable y adulta, todo el día. El resultado final
es que el termostato de mis sensaciones se ha descompuesto: han pasado años, y a veces me pregunto si mi cuerpo volverá a registrar una temperatura algo más que tibia."
Elizabeth McNeill, "Nueve semanas y media"
Algunas veces
le miento a mi cuerpo,
intento convencerlo
de que ya no necesita más juegos perversos
ni sábanas manchadas de alivio.
Le juro que el celo
no aúlla en mis venas,
que mi feminidad no clama
por unos dedos poderosos
que acribillen mi codicia
y quebranten los escondrijos secretos
de mi sensualidad alborotada.
Lo amordazo con una domesticidad que me asquea
y a la que me aferro
cuando mis piernas recitan
el salmo cruel del deseo no saciado.
Algunas veces
me obligo a ser
la marioneta de carne que se desluce
en el umbral de un ojo ciego
y me repito a mí misma
que ya no quiero cuerdas para amarrar
mi desnudez iluminada,
ni cadenas que me embellezcan hasta que duela,
ni siquiera vendas que hagan la noche
en mi mirada sedienta.
Sin embargo hay una pequeña llave
que sangra todavía:
la he restregado con cenizas y con tierra,
la he lavado con mi llanto
(es mentira que yo nunca lloro,
yo tallo poemas en la piel del viento
con el cincel luminoso de mis lágrimas)
y no he podido detener
su temible hemorragia,
porque esa llavecita sabe
que hay una cerradura en la que sí encaja.
Pero yo tengo tanto miedo
que ya no quiero abrir más puertas.
"...Vuelvo a ser responsable y adulta, todo el día. El resultado final
es que el termostato de mis sensaciones se ha descompuesto: han pasado años, y a veces me pregunto si mi cuerpo volverá a registrar una temperatura algo más que tibia."
Elizabeth McNeill, "Nueve semanas y media"
Algunas veces
le miento a mi cuerpo,
intento convencerlo
de que ya no necesita más juegos perversos
ni sábanas manchadas de alivio.
Le juro que el celo
no aúlla en mis venas,
que mi feminidad no clama
por unos dedos poderosos
que acribillen mi codicia
y quebranten los escondrijos secretos
de mi sensualidad alborotada.
Lo amordazo con una domesticidad que me asquea
y a la que me aferro
cuando mis piernas recitan
el salmo cruel del deseo no saciado.
Algunas veces
me obligo a ser
la marioneta de carne que se desluce
en el umbral de un ojo ciego
y me repito a mí misma
que ya no quiero cuerdas para amarrar
mi desnudez iluminada,
ni cadenas que me embellezcan hasta que duela,
ni siquiera vendas que hagan la noche
en mi mirada sedienta.
Sin embargo hay una pequeña llave
que sangra todavía:
la he restregado con cenizas y con tierra,
la he lavado con mi llanto
(es mentira que yo nunca lloro,
yo tallo poemas en la piel del viento
con el cincel luminoso de mis lágrimas)
y no he podido detener
su temible hemorragia,
porque esa llavecita sabe
que hay una cerradura en la que sí encaja.
Pero yo tengo tanto miedo
que ya no quiero abrir más puertas.
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