A MI ABUELA TAMPOCO LE GUSTABAN LAS TORMENTAS
Ella tenía la dolorosa costumbre
de no sonreír nunca.
Instalada en su sillón
(un sillón parecido al que usan
los directores de películas de Hollywood)
nos observaba con sus ojos ciegos.
Ella estaba ahí y nosotros
caminábamos la siesta en puntas de pie,
adelgazábamos la voz hasta convertirla
en una mariposa de alas transparentes,
no abríamos la heladera sin pedir permiso,
no teníamos nunca la última palabra.
Ella tenía el corazón en España
y la cabeza quién sabe dónde.
Escondía galletitas Havanna de limón
en el cajón de los repasadores
y era vieja desde siempre,
desde que teníamos memoria
(una vez vi una foto de ella a los veinte,
tenía un largo collar de perlas y un vestido tipo charleston,
y una sonrisa que me perturbó;
parecía una bailarina,
una bailarina festiva,
y tuve miedo de que los años
también me arrancaran la alegría).
Ella me decía mocosa de mierda, algunas veces,
pero era a la única a la que le convidaba
sus galletitas de limón
y a la que le contaba historias de barcos
y sueños,
y cosas que yo no entendía del todo:
¿quién entiende el desarraigo a los ocho años?
Ella, mi abuela,
tenía en el pelo blanco
un olor diferente a todos los olores
(a veces huelo el pelo de mamá
y es el mismo olor,
mami tenés el mismo olor en el pelo que la abuela,
pero tu abuela se lavaba la cabeza con jabón Seiseme
y yo me la lavo con shampoo,
pero no importa, mami, es el mismo olor,
el mismo).
Tanto correr para que la sangre no me alcanzara
y, al final,
terminé pareciéndome un poco a mi abuela.
Yo también tengo el corazón en otra parte
(en Oz, en Neverland, en Temiscira)
y la cabeza quién sabe dónde.
A veces me olvido de sonreír;
a veces me miro en una foto de cuando tenía veinte
y parezco una bailarina
y me perturba no saber
dónde dejé mis zapatillas de punta.
Nos parecemos, sí, nos parecemos.
Yo escondo galletitas Havanna de limón
en el cajón de los repasadores
y a mi abuela
(la que tiembla a mi lado cuando un relámpago
me parte el insomnio en dos)
tampoco le gustaban las tormentas.
Arte: "Storm Girl", Christopher Sprinkle
Del poemario "Pretty in pink" (2016)
¡Ay por favor Raquel qué belleza de poesía! No sé creo que estoy leyendo a alguien que conoció a mi abuela. Al leer he sentido lo que dices en tu poesía. Preciosa y a rebosar de sentimientos. También escribo poesía. ¡Saludos!
ResponderBorrarMuchas gracias por la lectura y el comentario! Abrazo enorme y buen domingo!
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