MI VESTIDO AMARILLO
Hoy llamé por teléfono a mamá
para hacerle una de esas preguntas
que le llenan la memoria de pájaros
“Mami, ¿te acordás de mi vestido amarillo?"
Mi vestido amarillo
-mi adorado vestido amarillo-
era la página perfecta
para escribir un cuerpo que apenas despuntaba,
virgen en sus latidos,
virgen en su capricho de florecer y no,
a veces un golpe de sangre en los pies de tiza
de una rayuela inquieta,
a veces un huracán de mermelada
y pequeñas cosas vivas palpitando
en mis redondeces nuevas.
Mi vestido amarillo
era un alud de cigarras:
llegaba con el verano
(con la hora de las puntillas,
las sandalias Skippy,
los carritos que vendían helado al costado de la siesta).
Yo giraba dentro de ese vestido
con la cabeza en el sol,
con la boca rezumando insectos luminosos,
interminable como las piernas de la chica más hermosa del mundo,
y mi sexo confundido parpadeaba
porque no sabía
si era mujer o era niña,
si era sangre o era mermelada.
si era capricho o promesa de pequeñas cosas vivas.
Mi vestido amarillo
-mi adorado vestido amarillo-
era, como todas mis prendas,
una prenda heredada.
Había sido de mamá y ella lo había descosido y recosido
para que fuera mío
(nunca tuve un vestido nuevo
pero no me importaba:
tenía un vestido de crêpe a los once años,
y soñaba con ser una estrella de Hollywood).
Si lo llevaba puesto cuando iba a la escuela
me sacaba el guardapolvo a la salida
para que todo el mundo lo viera.
Hoy llamé por teléfono a mamá,
hablamos del verano,
de los sueños,
de lo que fue y lo no que fue,
de lo cortísimo que es enero cuando pasás los cuarenta.
Hablamos del vestido.
Y me tembló la voz con un temblor de agua,
con un temblor de guirnaldas ajadas después de la alegría,
cuando le pregunté, con un dejo de reproche,
Del poemario "Pretty in pink" (2016)
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