ES EL AMOR
Se parece al amor.
O es el amor, no sé.
Yo compré esa mentira efervescente
de las piernas abiertas veinticuatro horas al día
(el hocico del sol entre las piernas,
su voluntad de animal desencajado
hilando la ternura).
Yo juré frente al espejo
que era la mujer inevitable
porque escribía poemas.
La mujer indeleble,
sin marcas delatando mi humanidad perezosa,
mi cerebro mil veces apuntado
por un dedo o un grito,
mis lámparas de arena
(la verdad sea dicha,
soy una mujer lavable,
como cualquiera,
una acuarela que ni siquiera es demasiado vistosa).
Se parece al amor.
O a lo que yo pretendí que era el amor.
Pero es distinto.
Porque en lugar de desvestirme
en lentísimos puertos,
en flemáticos andenes
(un poco loca, un poco inglesa, un poco tuya)
aprendí a tenderte la mano
en flemáticos andenes
(un poco loca, un poco inglesa, un poco tuya)
aprendí a tenderte la mano
cuando el suelo desaparece
y tu piel es abismo.
Es el amor.
No hay duda.
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