ESTÚPIDAMENTE ENERO
Qué estupidez el verano.
Qué enorme estupidez el verano.
Adolescentes que se estiran en la arena
(ondulan como serpentinas
apadrinadas por el fuego)
y exudan promesas.
Ellas son mapas,
sus piernas largas son autopistas de sal
que no retroceden
ante el gesto húmedo del deseo,
cintas de asfalto donde viajar es casi dulce.
Mi examen recorre
cada ángulo de carne dorada
que le retacea su inmensidad al mar
y me pregunto cuántas olas hicieron falta
para que el silencio pidiera la palabra.
Qué estupidez el verano.
Qué enorme estupidez el verano.
El circuito sexual no termina,
pero yo opto por la lejanía.
La lejanía es un buen recurso
cuando no se tienen piernas largas
y lo real no es una cintura que coagula
todas las miradas del hambre:
lo real es este oficio de dolerme
y dolerte,
de maldecir la frágil estructura del viento,
de amontonar cáscaras de manzana y yerba usada
y gritarle a ese hijo,
absurdamente adolescente,
que no se aleje demasiado
(que no se acerque demasiado
a las serpentinas/mapas/autopistas/piernas).
Qué estupidez el verano.
Qué enorme estupidez el verano.
Pienso en el poema de Wallace Stevens,
(la muerte y el sexo se exigen mutuamente)
e imagino que se acabaron los helados
y que los muchachos traen flores
envueltas en periódicos atrasados.
Sé que esta vez
las flores no son para mí.
Blanca y fría, a pesar del sol del mediodía.
Muerta para enero.
Sepultada
debajo de una sombrilla idiota.
Qué estupidez el verano.
Qué enorme estupidez el verano.
Adolescentes que se estiran en la arena
(ondulan como serpentinas
apadrinadas por el fuego)
y exudan promesas.
Ellas son mapas,
sus piernas largas son autopistas de sal
que no retroceden
ante el gesto húmedo del deseo,
cintas de asfalto donde viajar es casi dulce.
Mi examen recorre
cada ángulo de carne dorada
que le retacea su inmensidad al mar
y me pregunto cuántas olas hicieron falta
para que el silencio pidiera la palabra.
Qué estupidez el verano.
Qué enorme estupidez el verano.
El circuito sexual no termina,
pero yo opto por la lejanía.
La lejanía es un buen recurso
cuando no se tienen piernas largas
y lo real no es una cintura que coagula
todas las miradas del hambre:
lo real es este oficio de dolerme
y dolerte,
de maldecir la frágil estructura del viento,
de amontonar cáscaras de manzana y yerba usada
y gritarle a ese hijo,
absurdamente adolescente,
que no se aleje demasiado
(que no se acerque demasiado
a las serpentinas/mapas/autopistas/piernas).
Qué estupidez el verano.
Qué enorme estupidez el verano.
Pienso en el poema de Wallace Stevens,
(la muerte y el sexo se exigen mutuamente)
e imagino que se acabaron los helados
y que los muchachos traen flores
envueltas en periódicos atrasados.
Sé que esta vez
las flores no son para mí.
Blanca y fría, a pesar del sol del mediodía.
Muerta para enero.
Sepultada
debajo de una sombrilla idiota.
Arte: “Study for The
Beach Chair”, Marie Fox
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