martes, 22 de julio de 2025

LA DALIA NEGRA


  LA DALIA NEGRA


Un río de pelo negro te moja la frente,
agua contaminada,  
pescaditos podridos.
Tu cadáver es un manotazo blanco,
un guante aterido congelándose
en la sutura del invierno,
maniquí roto,
mujer rota,
mujer de ojos azules y sucios
como los de una muñeca,   
ojos de vidrio,
caleidoscopios secos.

Una lamparita desnuda
y un zapato con barro en el taco,
tanto fastidio.
Mesas servidas con desaliento,
ningún aplauso.
No hay mucho más para contar:
lo de la flor es mentira.

Mirá,
mirá tu muerte transformada
en un sándwich de huevo y atún,
en una hamburguesa con kétchup.
Mirá cómo se la comen,
cómo se engrasan los dedos
y eructan tu constelación de amantes.
Mirá cómo te escriben,
 como se comen tu muerte
envuelta en papel de diario:
vamos a convertirla en una puta,
vamos a ajustarle la pollera,
desabrochale dos botones más a su blusa,
que sean muchos los que les tocaron las tetas,
desabrochale otro botón.

Tu cadáver es  un manzana partida en dos,
los que comen sándwiches y escriben son los gusanos,
reptan tu  sonrisa de Glasgow con alegría.
A veces pienso que me parezco a ellos
pero a mí me gustaba tu boca.
Cierro los ojos para no ver tus piernas abiertas,
los pescaditos podridos enredados en tu pelo,
los flashes masturbándose.

Viste que matan mujeres desde siempre.
Yo pienso morirme en mi casa,
tengo barro en el taco del zapato ,
ya sé,
pero nunca serví hamburguesas,
ni papas fritas,
ni  milkshakes,
y nadie va a colgarme del espanto
el nombre de una flor,
nadie va a desabrochar mis botones.

Yo pienso morirme en mi casa.


Nunca fui tan linda.



Arte: "Black Dahlia", nicolette723
Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019)

domingo, 20 de julio de 2025

LA MEXICANA QUE ESCUPÍA FUEGO


  LA MEXICANA QUE ESCUPÍA FUEGO


Hija de un general de la revolución mexicana
ex alumna de un colegio de monjas,
bataclana,
Lupe llegó a Texas a los 17 años
escupiendo fuego.
Quería triunfar como bailarina
pero terminó incinerando Hollywood con su lengua de pólvora,
sus  fulminantes ojos negros,
sus piernas que tiraban a matar
como fusiles en celo.

Lupe Vélez,
la cara brava de Dolores del Río,
saltó de la pantalla a las columnas de chismes
levantándose la pollera.
Se enamoró de Gary Cooper
y cuando el galán enfermo de Edipo
cedió a las exigencias de su madre
y la abandonó
lo despidió con un par de tiros al aire.
Se enamoró de Johnny Weissmüller
y el pobre Tarzán tuvo que maquillar mordidas y arañazos
para descolgarse de liana en liana
sin alarmar a los fanáticos.

A los 36 años,
Lupe descubrió que estaba embarazada.
Sabría la diva de quién. O no.
Lo cierto es que no hubo nadie dispuesto a desposarla.
Tampoco ella  estuvo dispuesta a abortar.
Ni siquiera a ser madre soltera.
Después de todo,
la mexicana que escupía fuego seguía siendo
una devota de la Virgen de Guadalupe.

El 13 de diciembre de 1944
la Vélez decoró su mansión de Beverly Hills con velas y flores
y organizó su última cena.
(Tomad y comed, este es mi cuerpo.
Tomad y bebed, esta es mi sangre.)
Después
se perfumó hasta los huesos,
tristes dardos verticales con hambre de reposo,
se atiborró de pastillas y brandy
y soñó la muerte de una reina azteca.

(Pero en realidad murió como un dragoncito de puertas cerradas:
había escupido tanto fuego
que ni siquiera quedó una chispa minúscula
para iluminar las frías manos de la noche
mientras empolvaban 
su cara de catrina perfecta).



Arte: " Mexico of Lupe Velez", Lucile Canoby
Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019)

sábado, 19 de julio de 2025

CORNALITOS


 CORNALITOS

 

“Hay cornalitos” decía un cartel

en el que una mano torpe

había dibujado un pequeño cardumen.

Enseguida pensé en mamá.

En su destreza en la cocina.

En la fuente que llegaba a la mesa

entre exclamaciones de alegría:

nos encantaba comer pescaditos.

Pensé en que no sé

cuándo comí por última vez

la comida de mamá:

sus buñuelos de acelga,

sus fideos con queso y ajo,

su arroz con pollo.

Un relámpago de azúcar y sal

atravesó  mi paladar.

y me empapó de los sabores de la infancia.

 

“Hay cornalitos” decía el cartel.

Pensé en mamá.

Pensé en una vida

comiendo la comida de mamá.

Pensé en esos momentos

en los que lo cotidiano se convierte en excepcional

porque es la última vez.



viernes, 18 de julio de 2025

CAFÉ PARA TRES


 CAFÉ PARA TRES


“Señor Tracy, no es tan alto como esperaba”,
le dijo Katherine cuando lo conoció.
“Usted tiene las uñas muy sucias”
retrucó Spencer, sin temor a resultar poco caballero.
Y ella se rió, con su risa de antílope indomable.
Y él creció, por lo menos, veinte centímetros.

Él estaba casado y casi siempre borracho.
Ella era orgullosa y tenía un cuerpo filoso,
un volcán en erupción conspirando
debajo de su lengua,
pocas cualidades para ser la otra.
Pero el amor es una enfermedad de aguas dulces
y ellos se olieron y supieron
que habían nacido en el mismo río,
y  juntos se remontaron hacia un paraíso clandestino
de sábanas líquidas
como salmones ávidos de la química natal.

Él era católico
y tenía una mujercita blanda, Louise,
que aprendió, como pudo,
a lavar tres tazas sin romperlas.
Ella era atea
y se movía entre las citas bíblicas
como la jefa de una tribu de profetas libres.
No dormían juntos
pero  cuando la luna era un calambre de luz
y el cielo se encogía de dolor
se daban las buenas noches metiéndose, desnudos,
entre los párpados del otro.
Ella era una casa de verano
(y él abría sus puertas cuando el sol).
Él era un taller
(y ella trabajaba cantando en la medianía de su ombligo).
Los dos eran expertos
en convertir lo prohibido en cotidiano.

Cuando Spencer Tracy murió,
fue Katherine la que llamó a Louise desde el hospital
para darle la noticia.
Después de casi tres décadas
una de las tazas de ese insólito juego estaba rota.
La esposa tuvo el funeral y la parcela en el cementerio,
la memoria incómoda de la porcelana esquiva.

La Hepburn se cepilló las uñas con furia,
entre lágrimas,
y dejó el café para siempre.



Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019) 

miércoles, 16 de julio de 2025

MARIPOSAS DEL DESIERTO


 MARIPOSAS DEL DESIERTO




"¿Quién te creés que sos, Clark Gable?",

le preguntó ella,

risueña,

cuando él le propuso pasar la noche juntos.

Pero aceptó el convite,

e instaló a la sombra de su bigote de gentleman

su paraíso de piernas eternas.

Carole  guardó su melena rubia

amorosamente doblada

entre la pulcritud de las camisas

del hombre que deseaban todas.

Acomodó sus ojos azules en la proa del buque insignia

de los galanes de Hollywood.



Se casaron en Arizona,

sin lujos,

cuando el beso ya había afilado cientos de veces

los relámpagos que les comían la piel,

fáciles de roer los dos

como huesos de espuma,

y sus caras señalaban la luna inalcanzable de las amas de casa

en las portadas las revistas del corazón.

Dos claveles rojos en la solapa del novio

un ramo de lilas y rosas en las manos de la novia,

una noche en el Oatman Hotel,

y los curiosos cazando gemidos

como si fueran mariposas del desierto.



El 16 de enero de 1942

Carole Lombard,

la única rubia no supersticiosa de Hollywood,

se subió a un Douglas DC-3,

a pesar de que una vidente le había aconsejado

mantenerse alejada de los aviones.

La nave se estrelló en Table Rock Mountain,

dejando un bigote viudo,

un paraíso amputado,

un gentleman lloroso buscando una melena que ya no era

en el estante de las camisas.



Dieciocho años vivió Clark Gable sin Carole.

Dieciocho años volando a ras del suelo

y ella, tan alto.



Me gusta pensar que la alcanzó en la muerte

y la tomó de las alas, de las manos.



Me gusta creerle a los que dicen que en las noches de Arizona

florecen los gemidos en una habitación vacía del Oatman Hotel,

y los curiosos o los predestinados salen a cazarlos

como si fueran

las mariposas más esbeltas del desierto,

las únicas verdaderas.









Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019)