MATÍAS
Yo podría
haberte parido, Matías.
Podría haber
mugido el dolor de darte a luz,
haber sentido
en la pelvis el golpe de la magia,
haber
desatado mi ternura en cascadas de sangre pura.
Yo
podría haberte recorrido el cuerpo
con
dedos de madre araña puntilla,
bordarte
con dibujos de animales cantores,
hilvanarte
con un cordel de libélulas transparentes.
Yo
podría haberte arropado con una luna de papel,
con
una manta de hocicos vegetales,
con
un cardumen de poemas graciosos:
“María
Caracolito camina lento…”
Podría
haberte dicho que sí,
dicho
que no,
dicho
que basta,
dicho
te quiero.
Yo
podría haber escuchado a La
Renga con vos, Matías.
O
podría haberte sugerido: “Nene,
empezá con los Beatles.
Primero
los Beatles y después el mundo.”
Yo
podría haber sido la que no pudo detener el golpe.
La
que no llegó con la palabra tibia para engañar al viento.
La
que se quedó sin la albañilería celeste del milagro
entre
la noche y el pavimento.
La
que se vistió con el aire huérfano.
Para
siempre.
Yo
podría ser la que hoy se preguntara
dónde
carajo está la buena gente.
Matías Luna viajó desde
Córdoba a Pergamino, provincia de Buenos Aires, para asistir a un recital que
el grupo de rock La Renga ofreció en
esa localidad el 25 de mayo de 2013. Asistió a dicho recital y
luego no se supo nada más de él. Apareció el lunes 27 de mayo a la vera de la Ruta
32, en grave estado de hipotermia y con un golpe a la altura de la pelvis.
Horas más tarde falleció en un hospital local. Se supone que fue atropellado
por un vehículo que se dio a la fuga. Matías
tenía 22 años.