martes, 26 de agosto de 2025

EL AMOR HA QUEDADO ATRÁS, MURIÓ EN UN PORSCHE


 EL AMOR HA QUEDADO ATRÁS, MURIÓ EN UN PORSCHE


Caminaban por la playa tomados de la mano,

susurrándose ángeles al oído,
con la certeza de que iban a estar juntos para siempre.
Él era un rebelde con causa,
atormentado por su orfandad prematura,
cargando sobre su espalda rubia
el peso de la vileza con la que un pastor cuáquero
le había arrancado la infancia del cuerpo.
Ella, una chica italiana y religiosa,
que soñaba con ser una de estrella de Hollywood.
James Dean nunca sonreía y tenía modales bruscos.
Pier Angeli se enamoró de su sonrisa
y se hundió en su boca hasta encontrar
la  raíz de la ternura.

Pero la madre de Pier, católica y feroz,
se opuso al romance.
La chica italiana, enferma de familia,
de usos y costumbres,
de Cerdeña y de Espíritu Santo,
fue obediente y se casó con otro.
El día de la boda llovió
James Dean  lloró en la puerta de la iglesia,
mojado y solo.
Diez meses después se mató en un accidente.
El matrimonio de Pier duró, apenas,
cuatro agónicos años.

La chica italiana no quiso llegar a los 40.
A los 39,
casi el espectro de una flor,
con pocas perdices en su haber
y la soledad como un cilicio
con el que se castigaba cada noche,
eligió el final.
“El amor ha quedado atrás, murió en un Porsche",
escribió justificando
su orgía de pastillas,
su insulto a la  madre y al Espíritu Santo,
su soltarle la mano a la vida.

Su decidir, por fin,
de qué lado de la cama quería dormir
y con quién.


Arte: "For your Eyes Only, Pier Angeli", Marian Williams
Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019)  

domingo, 24 de agosto de 2025

LOS ZAPATOS DE JUDY GARLAND


LOS ZAPATOS DE JUDY GARLAND 



Toto, me parece que ya no estamos en Kansas.


Estamos en un lugar donde soy un piano a la deriva,

una flauta con los huesos apolillados.

Tengo los ojos hinchados,

el maquillaje corrido.

los sesos esparcidos por las paredes.

Mis hombres están quietos

como conejos muertos.

Mis hijos son crisantemos 

que se marchitan cuando los miro.

Una lluvia de whisky y vidrios

me moja los pies.

Estoy descalza.

¿Dónde están mis zapatos?


Toto, de día soy la pequeña jorobada

a la que le tocaban las piernas.

De noche

salgo a cazar enanos borrachos

con una red de mariposas.

Nunca fui la más linda de la MGM.

Nunca fui Lana Turner.

Me corté el cuello con una navaja de afeitar

pero alguien tiró de mi vestido celeste

empapado de mocos y lágrimas

y  me trajo de vuelta a la vida.

A este lugar.

Que no es Kansas, Toto.

Es un túnel sucio

donde las placas tectónicas  del alma colisionan

y las venas se derrumban

como edificios picados de viruela.

Trato de recordar aquella canción

pero las pastillas son pajaritos mudos,

coágulos de silencio en la memoria.

En la garganta tengo un arcoíris seco,

un do re mi de púas en el corazón.

Estoy cansada.

Estoy descalza.


Toto,  me parece que ya son demasiadas pastillas.

Peno no sé.

¿Dónde están mis zapatos rojos?


Quiero volver a casa.







Arte:  "Judy Garland", Andy Warhol 

Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019) 

viernes, 22 de agosto de 2025

UN VIEJO MARICÓN


 UN VIEJO MARICÓN



Ramón Novarro fue,

en su juventud,

el álter ego de Rodolfo Valentino.

Había lavado muchos platos

y servido muchas mesas

antes de convertirse

en un Ben Hur latino y musculoso

corriendo insólitas carreras de cuadrigas

en las playas de Nueva Jersey.

Había pasado muchas noches rezando,

(Dios te salve, María)

antes de comprender

que el cuerpo no era un pecado.


En 1968 

poco quedaba de su antigua gloria.

Para la industria del cine, hipócrita y pacata,

era, apenas,

un viejo maricón que pagaba por amor.

Lo mataron a golpes

dos machitos feroces que justificaron la sangre

vendiéndose como chicos inocentes

acosados por un pervertido.


La prensa publicó que  Ramón había muerto

con un consolador art decó de grafito,

autografiado por el divino Rudy,

incrustado en la garganta.

Eran tiempos de brujas y cacerías:

un viejo maricón ameritaba

un final con escándalo.


Algo que les recordara a los lectores de la “TV Guide”

y a los devoradores de hamburguesas

que el que mal anda, mal acaba,

siempre.




Arte: "Ramon Navarro, Vintage Actor", John Springfield 

Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019)

miércoles, 20 de agosto de 2025

LA CABEZA DE JAYNE MANSFIELD

  LA CABEZA DE JAYNE MANSFIELD



Las rubias pierden la cabeza fácil.

Las rubias de pechos grandes pierden la cabeza fácil.

Sirven hamburguesas grasientas,

huevos revueltos,

café aguado,

y los ojos de los hombre se caen dentro de sus escotes

como ciruelas maduras

(por eso las rubias tienen pezones de mermelada

y cierto desprecio por los hombres y las ciruelas).



Un buen día

alguien les dice que hay un papelito:

acostarse con un productor de bigote ridículo,

mover el culo veinte segundos

en una película de los Hermanos Marx,

sonreír como si los elegantes zapatos prestados

no les quedaran chicos.

Entonces las rubias se desentienden del café aguado,

cuelgan el delantal,

cambian de lápiz labial,

cambian de marido

y se convierten en estrellas.



Jayne no era rubia

pero tenía los pechos más grande que todas.

Se tiñó el pelo y perdió la cabeza.

Los hombres querían tocarla.

Peregrinaban enfermos de sexo a su Meca rosada

y ella estrenaba camisones de tul,

pantuflas de peluche,

amantes adictos a los esteroides.

Tenía un gran danés que se llamaba Byron

porque antes de perder la cabeza

había leído mucha poesía.

Hablaba cinco idiomas,

cosa que a nadie le importó porque,

ya lo dije,

tenía los pechos más grandes que todas.



En los '60 probó LSD.

Las rubias

(aún las falsas rubias)

pierden la cabeza fácil.

Se ordenó Sacerdotisa de Satanás

pero nunca dejó de ser una Barbie inflada,

con su camisones rosados,

sus pantuflas rosadas,

su casita rosada.

El Sigilo de Baphomet no encajaba

en su palacio kistch.

¿Quién clase de Diablo tendría tratos

con una rubia de pechos grandes

que viaja en un autito rosado?



Un autito rosado.

Crash.

Muy fuerte crash.

Veinte botellas de licor rotas,

un chihuahua muerto,

dos tipos muertos,

una rubia muerta.



Las revistas del corazón dijeron

que un brujo despechado

decapitó una foto en California

y su cabeza rodó en Luisiana.

Pero eso no es cierto.

Jayne era una buena rubia.

La cabeza la había perdido hacía rato.







Arte: "Jayne Mansfield", Dane Shue

Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019)