martes, 8 de julio de 2025

LA CHICA IT


  LA CHICA IT



Había una vez una niñita sucia y escuálida

con la que nadie quería jugar.

Una niñita convertida en una calle de huesos y hollín

que el dolor recorría una y otra vez,

pisando fuerte.

Una niñita hambrienta,

golpeada, violada,

haciendo equilibrio en la cuerda del miedo.

Podría haber caído al vacío

pero cayó en Hollywood

y por unos años se creyó, como tantas,

el cuento de Cenicienta.



Había una vez una piba de barrio

de acento tosco y mohines celestiales

que se convirtió en estrella

y recibía 45.000 cartas de amor por día,

45.000 jadeos, 45.000 promesas de eternidad.

Con su corte de pelo bob,

sus vestidos cortos,

su boquita pintada en forma de corazón,

se instaló en el imaginario popular como la chica it

y se prohibió el té caliente y las aspirinas

para no curarse jamás

de la gripe feliz del éxito.



Había una vez una pelirroja con una Packard rojo,

un gran danés rojo,

un koala rojo,

que se paseaba por Sunset Boulevard,

pisando fuerte

y amaba a los hombres que querían jugar con ella

y no se reían de sus piernas flacas,

su madre esquizofrénica,

su padre ausente sin aviso.



Había una vez una mujer llamada Clara

que pagó caros su libertad y su acento de Brooklyn.

La acusaron de tener sexo en público,

de participar en algún ménage à trois picante

con putas mexicanas,

de retozar con un equipo completo de fútbol,

con su gran danés,

con su koala.

De recordarle a la crème de la crème de la industria

que ellos también venían del barrio,

del barro.



Clara Bow,

la chica it,

fue una de esas mujeres  

que algunos creen fáciles de etiquetar:

bruja o loca.

Hoguera o electroshock,

usted no elige.





Arte: "It Girl Clara Bow", Mar Hammel

Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019) 

domingo, 6 de julio de 2025

LA SERPIENTE DEL NILO


 LA SERPIENTE DEL NILO

Al abuelo Luis

En 1915
nadie sabía con exactitud
cuáles eran los orígenes de  Theda Bara,
la sirena gótica que ondulaba con destreza
entre los dos tabúes que engrosaron durante años
la cuenta bancaria de la Meca del Cine:
el sexo y la muerte.
La Fox Film Corporation aseguraba
que era hija de una actriz francesa
y  un príncipe egipcio,
concebida clandestinamente a la sombra de las pirámides.
Juraba, también,
que la diva tenía poderes sobrenaturales.
Su mordedura era letal:
la pequeña Theda,
una Rappaccini's Daughter manufacturada a orillas del Nilo,
había mamado sangre de serpientes venenosas.
Lo cierto es que bastaron un par de películas
para que se convirtiera en la contracara de Mary Pickford,
y su empalagosa promesa victoriana de bebés y pasteles de manzana.
Theda era una pecadora
y el público deliraba al verla semidesnuda,
provocando la ruina de miles de hombres,
devorándolos y embriagándose con sus huesos
con el regocijo de una hiena.

Theda Bara fue todas las mujeres temidas y anheladas:
Salomé, Madame Du Barry, Carmen,
Safo, Cleopatra, Marguerite Gautier.
A todas les puso su cuerpo felino,
su melena caníbal,
sus ojos delineados con kohl y furia.

En 1915
nadie sabía que Theodosia Burr Goodman
era una simple chica judía nacida en un barrio de Cincinnati,
hija de un sastre y una ama de casa que se horrorizaron un poco
cuando tiño su largo cabello rubio de negro azabache.

Los años ’20, con sus burbujas de champagne y sus lentejuelas,
no tuvieron lugar para la belleza ojival de Theda:
las alegres flappers zapatearon charleston sobre el mito
y la buena chica judía buscó un marido.

La primera vampiresa del cine pasó años arreglando el jardín
y cuidando a su esposo.
Murió en 1955,
convertida en una perfecta ama de casa,
sin descendencia pero con tantos pasteles de manzana horneados
como cualquier hija de vecino.



Arte: "Theda Bara", Jan Pienkowski
Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019) 

miércoles, 2 de julio de 2025

DRÁCULA Y LA PELIRROJA

DRÁCULA Y LA PELIRROJA


Clara Bow nadaba en su piscina
cuando recibió una invitación para asistir
a una función de “Drácula”.
Aceptó entusiasmada:
deseaba conocer al hombre
detrás de la cara empolvada
y los falsos colmillos.
La diva pelirroja  apostó a la osadía
y ni siquiera se cambió de ropa.
Llegó al teatro
con un tapado de visón sobre su traje de baño.
Cuando terminó la obra
le presentaron a Béla Lugosi.
El flechazo fue inmediato:
él se había casado días atrás,
pero ambos pasaron por alto
tan prosaico detalle.

Clara y Béla se reconocieron
como lobos de la misma manada,
como antesalas
del siniestro don de la locura.
Él no hablaba inglés pero se amaron
con el lenguaje del cuerpo,
Lugosi todo boca espesa en el rojo furor de la mordida,
Bow yugular desde la nuca
hasta el íntimo abecedario de las piernas.

El idilio duró poco
pero ella conservó su foto autografiada
hasta el día de su muerte
y él hizo pintar su desnudez de memoria
para que Clara reinara
sobre todas las mujeres que vinieron después,
cómodamente instalada en el trono del recuerdo
y en la mejor pared de su casa.




Del poemario  "Enaguas de encaje rotas" (2019)

lunes, 30 de junio de 2025

EL SECRETO DE RODOLFO VALENTINO

 EL SECRETO DE RODOLFO VALENTINO

Cuando llegó a Nueva York
Rudy fue jardinero, lavaplatos, carterista, gigoló
y socio involuntario del club del hambre.
Su suerte cambió el día que se plantó frente a una cámara,
todo ojos verdes y pestañas saturadas de rimmel,
y pasó de inmigrante italiano
sheik, torero, amante supremo,
remiendo de cartón pintado endulzando
la soledad anorgásmica de las amas de casa,
secreto inconfesable de los ascensoristas del Ritz
y de los cowboys que juraban despreciar su cara empolvada
y soñaban con su torso desnudo e impecable.

Rudy también tenía un secreto,
un secreto que hundía
como una lengua afiebrada o un ladrido
en las bocas de sus esposas lesbianas
y se hacía mordida en los bares gay de Hollywood.
Un secreto que se llevó a la tumba
para no insultar
la marcial virilidad americana.

Dicen que Rudy vuelve cada noche
y su fantasma todavía golpea
las puertas del armario.



Arte: Ana Juan
Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019)

sábado, 28 de junio de 2025

OFICIO


 OFICIO




Te digo que no,

que a esta altura de la vida

-de la muerte-

no tengo tiempo para sacramentos.

Y sin embargo escribo.

Este es mi oficio:

empolvar con mi harina el pan ajeno,

ser una fiera inhábil

que te salta a los ojos.

La llave que abre los poros,

los cerrojos de sangre.

A mí me duele

y a vos

te resulta indiferente.

En el peor de los casos.

En el mejor, te asusta un poco.



(Claro que es un juego perverso,

una ofrenda

de sordidez e inocencia).



La poesía desordena los cuerpos.

Es el cuchillo que revierte

el vértigo que lo empuña.

Todos los poetas estamos heridos

(entonces,

todos los hombres son poetas:

algunos escriben,

otros llegan a Dios

por el camino más corto).





Arte: "Mujer escribiendo", Pablo Picasso

Del poemario "La antigua enfermedad del otoño" (2011)