viernes, 26 de diciembre de 2025
CHOUPETTE
martes, 23 de diciembre de 2025
LA PRIMERA NAVIDAD
¿Sabés que recuerdo cuando te recuerdo?
Los
desayunos en los que untabas Casancrem
en
galletitas de agua,
para
vos y para mí.
Lo
hacías con una torpeza enternecedora.
Tus
manos estaban cansadas, mamá.
Tu
cuerpo estaba cansado.
Y
nosotros intentando colgarte una primavera
que ya
no te pertenecía.
Como si
esa primavera fuese una guirnalda
y vos
un pino que había olvidado
cómo
ser verde,
cómo
brillar en un rincón de la infancia.
La
Navidad se acerca, mamá.
Ya casi
nos pisa los talones.
Es
curiosa la Navidad:
no
importa cuántos muertos nuevos la pueblen
con sus
muecas dolidas.
No
importa cuántas catástrofes domésticas acarree.
Siempre
la festejamos.
Partidos,
en carne viva,
siempre
la festejamos.
Aunque
no creamos en el nacimiento
de un
dios que no nos comprende
y al
que apenas comprendemos.
Me
acuerdo de la primera Navidad
después
de la muerte de tu hijo.
Mi
hermano, mamá.
Yo
brindé por él
como
los policías de las películas yankees
brindan
por sus caídos
y
después me fui al patio a llorar.
Con mi
vestido nuevo.
Cargando
esa vocación de festejo extraña
que nos
reunió alrededor de la mesa
a pesar
de la ausencia.
Esta va
a ser la primera Navidad sin vos, mamá.
Tus
hijos ya estamos haciendo planes:
en
tu casa o en la mía,
asado
o cena fría,
en
el patio,
ojalá
que no llueva,
la
música al mango
total
ya no están los viejos para quejarse.
La vida
es una rueda que sigue girando.
Sigue y
sigue.
Y está
bien que así sea.
Así es
como tienen que ser las cosas.
Esta va
a ser la primera Navidad sin vos, mamá.
Voy a
brindar como un policía yankee
que
celebra la vida del caído.
Y por
ahí me voy al patio a llorar.
Un
poquito.
Un
poquito, nada más.
Porque
te extraño.
Tanto, tanto.
domingo, 21 de diciembre de 2025
DEL ‘67
jueves, 18 de diciembre de 2025
ESCALOFRÍOS
La escucho deambulando,
toda la noche.
Abriendo y cerrando cajones.
Desparramando papeles.
Dando pequeños golpes en las paredes
como si quisiera asegurarse de que es,
de que existe.
Sin que ella supiera cómo, dónde, por qué,
la línea de la vida se hizo pájaro
y se voló de su mano.
Ahora sus dedos son los barrotes
de una jaula vacía,
y ella, una gitana blanca,
una gitana ciega
mirándose con desconsuelo
el destino amputado.
Aullando.
Cuando aúlla
siento escalofríos.
No estoy preparada
para cederle mis noches a un fantasma.
No tengo el valor que se requiere
para ver levitar sus pies de jazmines rotos
a quince centímetros del suelo.
No me atrevo a mirarla a los ojos,
a seguir una trayectoria de terror
pupilas adentro
para adivinar qué herida, qué venganza,
qué profecía de amor no cumplida
la mantienen atrapada
en un mundo al que ya no pertenece.
Cuando aúlla
siento escalofríos.
Me tapo la cabeza con la almohada
y lloro bajito.
Lloro hasta que me quedo entredormida
y un mugido de estrella me empuja
contra la cama.
Le temo y ella lo sabe.
Le temo y yo sé
que eso le provoca una tristeza infinita.
toda la noche.
Aullando. Aullando. Aullando.
Soy yo
en cada rincón de la casa.
martes, 16 de diciembre de 2025
DE MI ESTADÍA EN EL PAÍS DE OZ
No sé cuál era el nombre del tornado
que me arrastró al País de Oz:
¿dolor, desamor, desconsuelo?
Sólo sé que estuve sola en el viaje,
y que fui yo la niñita que necesitaba volver a casa,
la que necesitaba un corazón,
y un cerebro,
y la valentía para mirarse al espejo
aceptando que los años conspiraban
debajo de mis ojos antes tan luminosos,
y había algunos cabellos blancos
mordiéndome las sienes,
y un puñado de cuentas sin saldar
abiertas en mi piel
como llagas umbrías.
Hice el viaje hasta Ciudad Esmeralda
subida a unos zapatos rojos de tacón
que me quedaban un poco grandes
(Freud, zapatos rojos,
pasiones desbocadas,
obsesiones…
sólo por una vez
déjenme pisotear las reglas
de un mundo que no entiendo).
Hubo caminos amarillos interminables
donde reposar mi otoño
y fui todas las Reinas,
y todas las Brujas
(las malas y las buenas,
las muertas y las vivas).
Gocé entre amapolas,
pero me quedé dormida
y no supe despertar a tiempo
(las mentiras son poderosos narcóticos;
necesitamos creer y creemos
y nos hundimos cada vez más
en un falso paraíso alucinado).
Ustedes ya saben cómo termina el cuento:
Oz, “el Grande y Terrible”,
era un hombrecito insignificante.
El gran farsante
atiborró mi cabeza con afrecho, alfileres
y un poco de paja,
y me regaló un bonito corazón
de seda roja
relleno de aserrín,
y me dio a beber una pócima falaz
jurando que me haría valiente.
Y me empujó fuera de Ciudad Esmeralda
(una ciudad que, al fin y al cabo, no era verde:
era una ciudad gris,
como todas las ciudades,
sólo que el hombrecito me obligó a usar anteojos coloreados
para que yo viera las cosas
como él creía que debía verlas).
Todavía me faltaba volver a casa.
Cerré los ojos
y deseé con todas mis fuerzas
dejar atrás ese país artificial, bello y extraño
donde anidaba la mentira
y la crueldad era moneda corriente.
Zapatos rojos, nunca más.
Arte: Jordan Carson
Del poemario "Once Upon A Time" (2014)



