lunes, 18 de agosto de 2025

VIVIEN LEIGH SE SIRVE OTRA COPA DE VINO


   VIVIEN LEIGH SE SIRVE OTRA COPA DE VINO


La noche da sus primeros pasos y ella es vieja,
es vieja desde antes de nacer,
una muñequita de porcelana envuelta en hojas de té indio,
una muñequita de porcelana con ojos verdes
y corazón antediluviano.
Si un poema empieza
con un nudo en la garganta
fueron poemas todos los días de su vida.

Vivien Leigh se sirve otra copa de vino.
Una vieja loca por los gatos
con mohines de dama sureña.
Una vieja que dependió siempre
de la amabilidad de los extraños.
Una vieja que escribe para nadie
la historia de un animal tuberculoso que se muere y no,
que se muere y cuándo.

Vivien Leigh se sirve otra copa de vino.
En la mentira tibia del alcohol flota su cerebro
como un feto inviable.
No debería haber nacido.
Nunca hubo un pezón que apaciguara
su berrido de ciervo alienado.
Nunca hubo un gesto de luz
dentro de su cabeza bella y vieja.

Vivien Leigh se sirve otra copa de vino.
Y otra.
Y otra.
De repente el aire falla
y sus pulmones son enaguas de encaje rotas.
Pero no importa.
No importa.

Después de todo,
mañana no será otro día.
La noche da sus primeros pasos
pero ella sabe
que llegó y se queda.


Arte: "Vivien Leigh", Marie Langkilde
Del poemario "Enaguas de encaje rotas"  (2019)

sábado, 16 de agosto de 2025

EL SUICIDIO MÁS LARGO DE HOLLYWOOD


 EL SUICIDIO MÁS LARGO DE HOLLYWOOD 



Monty sintió siempre que no encajaba.

Había nacido en una época de amores encorsetados,

cuando el binomio chica-chico era el único aceptable,

y él no sabía si amaba a las chicas,

amaba a los chicos,

o simplemente amaba su soledad,

sus libros,

su belleza melancólica repartida

en los espejos de la casa.



Monty  sabía, sí,

que odiaba las fiestas.

Se movía torpemente entre las risas de los otros,

una sábana ambulante con una vaso en la mano.

A su alrededor revoloteaban los pájaros de tristeza

que el whisky no podía ahogar,

y los pájaros picoteaban su garganta

como cuchillos ensañados con el pan de la palabra,

 pero nadie lo notaba

porque él había hecho una catedral de su silencio,

y en su silencio se arrodillaba, penitente,

esperando que Chéjov o Aristóteles

lo absolvieran del pecado de no ser feliz.



Huyendo de una fiesta

Montgomery Clift estrelló su auto contra un poste telefónico.

Su cara jamás volvió a ser la misma.

Junto a su belleza melancólica

desaparecieron de su casa todos los espejos.

En la ausencia del cristal se diluyeron

las chicas que lo amaron,

los chicos que no se atrevió a amar.

En las paredes despojadas se instaló la muerte    

y trabajó a desgano,

como una oficinista gris,

rotulando con bostezos interminables

la cicatrices y el vómito.



Diez años de papeleo inútil y whisky.

El suicidio más largo de Hollywood.





Arte: "Montgomery Clift" Troy Wise

Del poemario "Enaguas de encaje rotas"  (2019)

jueves, 14 de agosto de 2025

ANTONIO Y CLEOPATRA


ANTONIO Y CLEOPATRA


Él llegó al set de “Cleopatra” tan borracho
que apenas podía mantenerse en pie.
Pidió un café cargado
pero fue incapaz de beberlo:
la taza temblaba en sus manos como una liebre rota.
Ella tomó el pocillo y se lo acercó a los labios.
Mientras Richard sorbía el negro alivio
Elizabeth no dejó de mirarlo a los ojos.
Cuando el café se acabó
ya estaban enamorados.

Él llegó a su vida como un Marco Antonio herido de muerte
y ella lo curó para volver a lacerarlo.
Cada vez que Elizabeth se quitaba la ropa
un puñal de ansiedad atravesaba
la autosuficiencia del duro galés.
Había que regar con alcohol tanto desconcierto.
¿Cómo vivir dependiendo de otra criatura,
de una criatura única, además,
un ciervo de ojos color violeta,
que se desnudaba así, tan fácil,
en medio de una partida de Scrabble
y con su cuerpo resignificaba todas las palabras?

Ella amaba en él su toque de jungla,
y los insultos sonaban como tambores
cuando las tazas de café post borrachera
eran moscas con resaca que revoloteaban 
sobre las sábanas matrimoniales.
Basta para mí dijeron ambos,
después de diez años de besos, Scrabble, injurias y whisky.
Pero volvieron a intentarlo tiempo después,
en la selva,
aullando,
aunque sin dejar de lado firmas y legalidades:
a pesar del vagabundeo erótico del que la acusaba el Vaticano
Elisabeth le gustaba casarse.
Siete semanas, siete diamantes,
y el matrimonio estalló por los aires.

Richard Burton murió el 5 de agosto de 1984,
sintiéndose en falta porque los dioses le habían obsequiado el fuego
y él había hecho correr mucho alcohol por su garganta para apagarlo.
Una semana antes le había escrito una carta a Elizabeth
buscando la reconciliación
y jurándole que quería volver a casa.
Ella guardó ese último mensaje durante años
en el cajón de su mesa de luz.
Lo guardó hasta el último día de su vida.

Quién sabe cuántas veces lo releyó.
Quién sabe cuántas veces celebró y maldijo
que su cuerpo y sus ojos violeta
hubieran sido la casa
de aquel hombre que no podía sostener en sus manos
una taza de café
de tan borracho que estaba.



Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019) 

 

martes, 12 de agosto de 2025

LA CICATRIZ DE MARILYN MONROE

LA CICATRIZ DE MARILYN MONROE 


Se desnudó,
como tantas veces,
y la cámara hundió sus dedos en la cicatriz
como quien los hunde
en crema batida,
en merengue recién hecho,
en una nube de algodón de azúcar.
En algo dulce, caliente, vivo.

La cicatriz.
Un murciélago rosado sin alas
cosiéndole la humanidad al cuerpo.
Una vagina hecha a cuchillo
para parirse a sí mima
imperfecta,
mortal,
hermana del vómito,
del llanto,
de la sangre.
Con una hermosura nueva
como la de lo que se rompe
o se desvanece.

Ella preguntó por la cicatriz.
Preguntó si era posible disimularla.
Había una ilusión que cuidar.
Un espejismo repetido
en cientos de pupilas amorosas.
Había que preservar los sueños
de quienes le cantaron
sus únicas canciones de cuna.
Los que contestarían el teléfono
si supieran.

Ella se desnudó
y la cámara
lavó sus pies de huérfana indigente.
Bendijo la moneda de plata
que se adelantaba a la muerte
debajo de su lengua.
La cicatriz era un surtidor de pájaros.
Era algo dulce, caliente, vivo. 

Fotografiarla era fotografiar la luz.

La luz era la suma de todas sus cicatrices. 



Arte: "Hommage an Marilyn Monroe", Jürgen Grafe
Del poemario "Enaguas de encaje rotas" (2019) 

domingo, 10 de agosto de 2025

CHICA BOND


 CHICA BOND




Ella tenía la boca cruel,

dulce como un látigo de flores.

Cierto resplandor en las caderas,

cierto horizonte cuajado

en el mediodía del ombligo.

Tenía un bikini blanco

y el aire de impudicia y libertad

de una groupie de los ‘70

con el vello púbico teñido de verde.

No era una princesa ni una emperatriz

(no era Sissi vomitando infelicidad

en los dorados rincones de palacio,

ni siquiera era Romy Schneider,

tratando de encajar en la cama de Delon,

tan muerta, tan sola,

tan madre amputada doliéndole a nadie).



Ella tenía el mar a su espalda.

Y toda ella era su espalda,

era la parte trasera de una Venus de Boticcelli,

un culo redondo como esas manzanas elegidas

que no compramos nunca

porque sabemos

que no las eligieron para nosotros.

No era la chica de al lado

(faltaba todavía

para la anodina sonrisa de Meg Ryan,

nadie podía imaginarla con una escoba en la mano,

imposible encontrarla

en el insulso pasillo de un supermercado).

No era la primera novia.

No era la novia de nadie.



Ella tenía veintipico de años.

Un marido que la concebía

como un artículo de lujo

y la reemplazó por una rubia más joven,

que a su vez fue reemplazada por otra,

y así llegamos a la chica 10

y a la estúpida moda de llenarnos la cabeza de trencitas.

Tenía el desamor escondido

detrás de la sonrisa,

como todas.

Tenía una vagina donde nadie

pudo plantar bandera.



Ella tenía una boca, un ombligo, unas caderas.

Tenía un bikini blanco.

Tenía ese bikini blanco.

No era una gran actriz.



Imposible olvidarla.






Arte: "Ursula Andress James Bond" Cristy Leonard

Del poemario  "Enaguas de encaje rotas" (2019)