viernes, 17 de febrero de 2017

GUERRA FRÍA


GUERRA FRÍA

“No quiero mirar en la misma dirección que mi marido por toda la eternidad.”
 Tiburcia Domínguez



Él entra a una habitación y yo salgo.

Él enciende el televisor y yo

escucho rock a todo volumen.

Y canto.

Ninguna tortura es comparable

a una buena canción destrozada

por una aficionada sin talento.



Él piensa que los malvones

son sosos

y se van en vicio

demasiado pronto.

Yo llené el jardín de malvones.

Y, además,

adopté un perro para que lo destruya.



Él se aburre con las películas románticas

y yo no pienso ver Games of Thrones ni en sueños.

Detesto  los mundos imaginarios donde todo parece

demasiado sucio.

Para sucia está la vereda.

Cascaras de naranja y papeles de golosinas

Gracias señor verdulero.

Gracias señora del kiosco.



Él no almuerza.

Yo no ceno.

Nada de encontrarnos

a mitad de un cuchillo Tramontina.

No nos dirigimos la palabra.

No nos miramos a los ojos.

Compartimos la cama

porque el sillón del living

es demasiado incómodo.

Pero entre espalda y espalda

yo construyo un foso.

Él no me toca

por temor a mis cocodrilos imaginarios.

Yo soy tan gélida como un castillo.

Limpio.



Él quisiera estrangularme

y yo

envenenarle la comida

(si cocinara).

Pero esto es la Guerra Fría.

Nos vamos a odiar durante años

sin animarnos a revolear una silla.

Sin putearnos.

Sin preguntar qué paso con nosotros

que nos queríamos tanto.



Él va a pensar que es mejor que yo

porque es un buen proveedor

y no pierde el tiempo salvando

a las arañitas que tejen sus historias

en los rincones de la cocina.

Yo voy a pensar que soy mejor que él

porque aprendí primero las vocales,

leí a Rimbaud a los quince

y escribo poemas.


Fotografías: Mausoleo de Salvador María del Carril y Tiburcia Dominguez, Cementerio de la Recoleta, Bs. As.

“No los unía el amor, sino el desprecio. El mausoleo de Tiburcia Domínguez y su marido, Salvador María del Carril, uno de los promotores del fusilamiento de Dorrego, gobernador de San Juan y compañero de fórmula del General Urquiza, es una evocación para la posteridad de sus desavenencias conyugales. El suyo fue un matrimonio silencioso: no se dirigieron la palabra durante 30 años. No era indiferencia, sino odio, de ese tan pertinaz que, incluso, trasciende la muerte. Y para que ninguno de los dos lo olvidara, la viuda dejó constancia testamentaria de su voluntad: sus esculturas debían darse mutuamente la espalda. Ella, con gesto adusto, incómoda en un busto. El, confortable en un sillón, dirigiendo la mirada en sentido opuesto. Perpetuaron así su odio conyugal pos-morten.

Loreley Gaffoglio

"NO QUIERO MIRAR EN LA MISMA DIRECCIÓN QUE MI MARIDO POR TODA LA ETERNIDAD"




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