jueves, 21 de febrero de 2013

CUARENTA


CUARENTA

 

Una vez escribí un buen poema

o, al menos, pensé que era bueno.

Hablaba del amor

o del desamor,

de las muñecas rotas

o de las pérfidas arañas

que tejen el otoño.



Los martes orquídeas

y los miércoles

un blister de pastillitas de colores

para hacer la gran Marilyn, si me animo,

y un maldito teléfono que no es blanco

y no suena nunca. 


 
“Dentro de algún tiempo

estarás acabada,

metida en tu casa

haciendo la colada…”

Me parecía tan lejos, Joaquín,

y yo no pisé el acelerador,

total, me sobraban los días.

Y me distraje jugando a la mamá

en mi pulcra casita de muñecas

y me atraganté con pucheros,

con purecitos pisados con esmero,

con sisellas de humo.
 


“Los orgasmos son mejores a los cuarenta”

dice la Cosmopolitan,

pero yo ya no tengo ganas

de buscar el amante ideal,

y esta mañana hice una pequeña hoguera

con mi portaligas negro

porque su mendacidad me exasperaba.

El mejor sexo que tuve en mi vida

lo tuve con los espejos

(ese es el precio que pagan

las niñitas monstruo

que se masturban

pensando en los príncipes de Disney)



Hace rato que la Muerte

toma el té cada tarde conmigo.

Me volví tan británica con los años:

el mundo se va a la mierda

y yo me tomo un té y sonrío.




 Una vez escribí un buen poema

(seguro que no era éste).

Tenía veinte años y no me importaba abusar

de los pájaros, y las rosas,

y lloraba porque se me había partido una uña.

En realidad, el poema no era bueno,

pero yo era feliz.

Todavía no había aprendido

a atravesarme el corazón con las palabras.



Arte: Lara Dann

Del poemario "La antigua enfermedad del otoño", Ediciones de la Iguana, 2011


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