domingo, 29 de diciembre de 2013

BOOMERANG


BOOMERANG


 Hubo un día en el que dejó de dolerme hasta la muerte
cerrar la ventana
porque amenazaba tormenta.
Dejaron de dolerme las pestañas,
el pelo,
las uñas,
la saliva.



Hubo un día en el que le abrí las piernas a otro
sin esperar que fueras vos el que me llenara
(fue mi pequeño Mardi Gras,
collares de colores y pechos desnudos,
borrachos hasta mañana y mañana que se acabe el mundo,
y esa estúpida alegría
que nunca supe muy bien de dónde vino).


Ese día no le puse la otra mejilla a tu ausencia.
La casa dejó de deshojarse.
Los libros dejaron de temblar.
Y vos no le hincaste el diente a mis perdices.


Creo que fue el día en el que ella te dejó.



Arte: Fatima Tomaeva 



jueves, 26 de diciembre de 2013

CULITO FANTASMA


CULITO FANTASMA
A Daniel



Hace tanto tiempo que no voy a la playa.
Hace tanto tiempo que no junto caracolitos azules,
ni grito cuando me toca un agua viva,
ni le pido  un sandwich a mamá cuando llega el mediodía
(mami, dame un sanguchito de jamón y queso,
pero sin grasita,
con grasita no quiero,
mejor uno de salame).



Hace tanto tiempo que no dibujo flores y corazones
con un palito en la arena
y vos dibujás al lado mío,
porque siempre estabas al lado mío.
A los seis años yo dibujaba lindo,
pero vos a los tres
no hacías más que garabatos,
aunque con el tiempo dibujaste mejor que yo
(entre mis tesoros conservo
algunos de tus dibujos:
el retrato de Charly García,
la caricatura de los cuatro magos de Magical Mystery Tour).
En esa época

(en esa época de playa, de infancia,
de precarios castillitos de arena
y baldes de colores para juntar almejas)
yo sacaba conejos rosados de mi galera de palabras
y esos conejos brincaban a tu alrededor,
te hociqueaban,
te besaban las manos.
Algunas veces no eran tan mansos
y te mordían los talones
(porque no en todas mis historias se comían perdices,
en algunas el monstruo de la tormenta o el cuco malo
tenían papeles estelares).


Recuerdo tu pequeño cuerpecito,

la pelusa de durazno que cubría tu espalda dorada.
Cuando te bañabas
te mirabas en el espejo y te reías
al ver las marcas que te había dejado el sol
porque decías que tenías un culito fantasma.


Si hubiera sabido que ibas a morirte antes que yo,

antes que todos,
antes de la artrosis, la presbicia
y los días dando vueltas alrededor del recuerdo,
te hubiera agarrado de la mano
para no soltarte más.
Mis conejos rosados hubieran sido siempre criaturas dulces
como copos de algodón de azúcar.
Jamás te hubiera asustado.
Jamás te hubiera invocado al monstruo de la tormenta
para que te llevara a su palacio de truenos
porque te portabas mal.


Mi hermano está muerto.



Es lo primero que pienso cada noche
cuando apoyo la cabeza en la almohada.
Una realidad atroz que me parte la cabeza como un relámpago.
Cada noche, cada noche, cada noche.
Siempre.
¿Y sabés qué hago?
¿Sabés que hago para dormirme sin llorar?
Pienso en la playa.
Pienso en los sanguchitos,
en los caracoles,
en los conejos rosados.
Pienso en un nene dibujando garabatos en la arena.
Entonces no tengo un hermano muerto:
tengo un hermano chiquito.


Hermanito, hermanito, hermanito.



Culito fantasma.



Arte: "Beach Boy Into the Surf",  Barbara Rosenzweig

Poema publicado en el e-book Raquel Fernández - Selección de Poemas , Biblioteca de las Grandes Naciones

miércoles, 25 de diciembre de 2013

VOS SABÉS


VOS SABÉS


Vos sabés lo que opino de diciembre:
que es una calamidad. Una plaga.
Diciembre robustece a los muertos.
Multiplica en las mesas vajilla desolada
donde el viento se devora a sí mismo.
Falsea la alegría.
Desfigura su sexo de verano con historias
donde se agita el frío
y una llora preparando la Waldorf
porque se acuerda de la vendedora de fósforos de Andersen.
(En realidad, una llora por otra cosa,
llora porque diciembre la estrangula
con estúpidas guirnaldas,
porque no se va a ir a la cama con el hombre que quiere,
porque está harta de la cocina,
pero la vendedora de fósforos es la excusa perfecta:
pobrecita, tan chiquita y congelada;
pobrecita, tan chiquita y muerta).


Vos sabés lo que opino de diciembre:
que es una úlcera en el almanaque.
Sin embargo, año tras año,
estoicamente burguesa,
me acomodo a sus exigencias.
Así que acá tenés la listita de lo que tenés que comprar.


Por favor, el champagne rosado. 



miércoles, 18 de diciembre de 2013

LA PRIMERA VEZ QUE LLORÉ POR LA MAMÁ DE BAMBI


LA PRIMERA VEZ QUE LLORÉ POR LA MAMÁ DE BAMBI


 La primera vez que lloré por la mamá de Bambi tenía cuatro años.

No sé si sólo lloré por ella o también lloré por Bambi,
por el abuelito Luis,
por todo lo que iba a venir
(quizás esas lágrimas fueron una premonición,
quizás ese dolor que me atravesó como un relámpago
fue el primer paso
de mis pasos de  orfandad).


La primera vez que lloré por la mamá de Bambi tenía cuatro años.
Yo también era un cervatillo tibio
oliendo las flores
y la primavera me empujaba la sangre
escalones arriba
hasta tocar el cielo.
Hasta tocar a Dios, casi.


Alguien se enojó con Disney
porque todos sus pequeños héroes
son huérfanos,
pero está bien así:
los huérfanos necesitamos
que alguien pose su mirada amorosa sobre nosotros.
Contar una historia distinta.
Dejar de ser “el que no tiene papá”,
“la que no tiene mamá”.
Y ser el Rey más justo de  la selva,
la preciosa sirena enamorada de un Príncipe.


La primera vez que lloré por la mamá de Bambi tenía cuatro años.
Claro que me pregunté por qué tenía que morirse,
como me pregunté  después por qué tenían que  morirse Beth
y el más encantador de los ocho primos.
¿Sabés que nos decía Louisa May Alcott
cada vez que mataba a una de sus criaturas?
Que la Muerte está ahí,
que no te podés dar el lujo de cerrarle la puerta en la cara
ni siquiera cuando tenés cuatro años.
Ni siquiera cuando tenés diecisiete.
(Aunque le cuelgues a la escarlatina de Beth
un cartelito que diga:
“Contenido no apto para niñas, niños y adolescentes”,
porque ese cartelito no se lo cree nadie).


Te voy a contar un secreto.
No, no tiene que ver con mi verdadero color de pelo
ni con el número apocalíptico que me tira la balanza.
Es un secreto más ridículo y más dulce:
yo todavía lloro por la mamá de Bambi.
Raquel 1, el Mundo 0.
Raquel 1, la Vida 0.
Raquel 1, Terapia 0.
Raquel 1, Vos 0.
No pudieron cambiarme el corazón.
Ni siquiera un poquito.
No pudieron convencerme de que es una película,
es un dibujo animado,
no se muere  de verdad,
no se muere de verdad.


(Entonces tengo cuatro años
y la primavera me empuja  la sangre
escalones arriba
hasta tocar el cielo.
Hasta tocar a Dios, casi.
Y vos no existís.

Ni siquiera en sueños.)



Fotograma de la película "Bambi" (Walt Disney, 1942)

lunes, 16 de diciembre de 2013

EN CLAVE DE ALICIA


EN CLAVE DE ALICIA 

Yo sólo vine a ver el jardín.


I

Ser o no ser poesía. 

La muchacha rubia clava una daga 

en el corazón del día: 

la Reina está loca 

y ningún camino la conducirá a Roma. 

Pero el lugar de la infancia 

sobrevive a la lluvia.


II

Un conejo de encías florecidas 

brinca 

dentro-fuera del insomnio. 

Inquieto 

como un médano que danza 

en los dedos del viento, 

se desliza por el cuadrante melancólico 

de un vestido celeste.


III

La muchacha rubia vuelve a cantar. 

Porque la realidad no puede 

quebrar el último espejo. 

Y los relojes se marchitan, 

inexorablemente,

cuando dejamos de correr

y una risa franca 

degüella nuestras lágrimas.


IV

A cada cual su taza, 

a cada cual su reloj de juguete 

detenido en la hora 

del puñal encastrado en la memoria.


V

Como un gato sin risa 

o una risa sin gato. 

Como una reina loca 

con el corazón migratorio detenido 

en un perpetuo verano. 

Como una niña extraviada 

que canta porque tiene miedo.

Así, 

la infancia amortajada 

con un vestido celeste.


VI

El reino del absurdo es éste, 

donde el amor enferma 

y las muchachas que no se llaman Alicia 

hacen cola para morirse, 

mientras maúlla un triste gato 

huérfano de espejos.



Arte: "Alice in Waterland", Elena Kalis

Finalista X Concurso Gonzalo Rojas Pizarro Categoría Poesía, Club de Amigos de la Biblioteca Pública Municipal de Lebu “Samuel Lillo Figueroa”, Lebu, Región del Bio Bio, Chile (2012)

Poema publicado en el blog  "Batalla de Papel"


miércoles, 11 de diciembre de 2013

DEBAJO DE LA OLA


DEBAJO DE LA OLA




Debajo de la ola 

los sonidos húmedos del caos amatorio 

giran junto a la espuma. 

Soy un pez 

sorprendido 

en el anzuelo prodigioso de tu sexo, 

desbordado 

en su líquida fosforescencia. 

Tus ojos son navajas 

que evisceran 

mi mirada sin párpados, 

cuchillas que se clavan en mi vientre 

con un eco insondable 

de caracolas plenas. 

Debajo de la ola 

una cinta de algas ondulantes 

se derrama en mis flancos. 

Soy un pez 

y mis branquias 

estallan de deseo. 

Y ruedo 

enredándome en el canto 

de una sirena atávica 

varada entre tus muslos 

cuando asciende la marea como el grito 

y la luna 

se desboca en escamas de plata 

sobre la mueca  salobre del océano.




  
Arte: "The Last Baltic Mermaid Catching Bird Flu" , Jaroslaw Kukowski


1º Premio V Certamen de Poesía “Sendero de palabras” 2013, Círculo de Escritores “Sendero de palabras”, Dirección de Cultura de la Municipalidad de Las Varillas, Las Varillas, Córdoba (2013)

Poema publicado en el blog "Batalla de papel"

Poema publicado en la Revista Gealittera Nº 11



martes, 10 de diciembre de 2013

EL POEMA DE MARINA


EL POEMA DE MARINA
“¿Cómo te va junto a una simple mujer?
¿Sin divinidad alguna?”
Marina Tsvietáieva



Cuando me dejaste
yo me aferré al poema de Marina.
Lloré el poema de Marina.
Sangré el poema de Marina.
Lo repetí como repito el Padrenuestro
(un pase de magia blanca en el que no creo demasiado).
“Padrenuestro que estás en los cielos…
(¿cómo es abrazar la tierra firme
después de haber temblado a merced de una isla ?)
…santificado sea Tu nombre…
(¿cómo es nadar en una boca

que nunca te recitó una endecha de Alejandra?)
…venga a nosotros Tu Reino…
(¿cómo es tocar una garganta
que no comulga con  sextos sentidos,
penetrar una vagina sin alas,
comer de un cuerpo que no levita,
no se escalda,
no florece ?)


Nunca me creí del todo el poema de Marina.
(Ella era la Reina y yo
apenas un aroma que no cicatrizaba).
El poema me mentía  y, a pesar de todo,
lo usé en defensa propia.


Pero hoy,
hoy que la vi,
vulgar como esos gatos chinos de la buena suerte,
estridentes, dorados, estúpidos,
incómodos en cualquier lugar de la casa
(“¿Dónde pongo este gato?
¿Dónde pongo este puto gato que me regaló alguien que me odia?"),
comprendí que el poema te cae
como anillo al dedo.
Te desposo con el poema de Marina,
en la salud y en la enfermedad,
en la pobreza y en la riqueza.
Sangralo.
Sangralo como lo sangré yo.
Y creételo todo.
Porque Marina era una Baba Yagá,
una bruja rusa,
y cuando hablaba de ella hablaba de mí
(quizás porque todas las poetas somos una
y todos los hombres que se enamoran de las poetas
se asemejan un poco:
se cansan del dolor,
se agencian la ilusión de un lugar sin desgarros,
se suicidan pacíficamente entre las piernas
de una mujer que va los martes a la peluquería).


El poema de Marina se llama “Tentativa de celos”.
Leelo.
(Pero no te confundas, querido:
esto es una tentativa de parecerme a la Tsvietáieva;
de celos, nada).



Arte: "Master and Commander", Tania Marmolejo