miércoles, 30 de noviembre de 2011

DESORDEN


DESORDEN 



Hace algún tiempo 

me he instalado 

en su iris crispado. 

Parpadea su luz 

para evadirme. 

Él acomoda cajones. 

Yo desordeno. 



Nuestr0 cuarto

no tiene puertas. 

El deseo divaga 

en las ventanas 

y remonta la savia. 

El extiende las sábanas. 

Yo desordeno. 



En el desayuno 

un pájaro es obligatorio. 

Anida en una taza 

o en el espíritu de la jalea. 

Él dispone la vajilla. 

Yo desordeno.



Arte: Scott Rohlfs


  

martes, 29 de noviembre de 2011

CHAU, DOCTOR


CHAU, DOCTOR 

A Dante

“Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo”
Alejandra Pizarnik

  

En mi mundo, 

siempre patas para arriba, 

el pájaro se ha vuelto jaula.

Yo no tengo el poema; 

yo tengo una ola gris que me transcurre 

como la cabellera de una muchacha ahogada 

(“esa” muchacha ahogada, 

la” muchacha ahogada, 

yo” muchacha ahogada) 

mientras un testigo falso jura 

que no son las algas 

las que se enredan en mis pequeñas zapatillas 

de bailarina idiota.

Cuesta tanto aprender a nombrar la sombra 

(porque la sombra se disfraza de innombrable 

y no te quiere entera, 

no te quiere hembra, 

te quiere muñeca de porcelana rota, 

boquita fruncida, 

vagina tapiada/clausurada/muda, 

ojitos ciegos).  



Cuesta tanto abrir una ventana 

en la memoria, 

abrir una ventana en la llaga,

abrir una ventana en el reclamo del cuerpo. 



Ahora, 

las ventanas se cierran. 

El pájaro se ha vuelto jaula. 

No hay un papá que ablande los recuerdos 

y mi infancia corre 

peligro de ausencia. 



Ahora, 

hay que pensar en abrir otras ventanas, 

emplumar otros pájaros, 

arrastrar la herida hacia otro hospital de campaña. 



Pero no sé. No sé. 



No puedo.




domingo, 27 de noviembre de 2011

GARDEL CANTA


GARDEL CANTA



Las calles se difunden con la fuerza

de un manantial de piedra.

Fluyen las coordenadas

de un patio de amapolas,

de una mujer nombrada

con un nombre de nieve

(tiene las manos lentas

como un golpe de otoño,

le danzan en los ojos los dioses amarillos,

las lágrimas vitales).



Entonces alguien cruza las puertas del olvido.

Inesperadamente,

como un pájaro alegre.

Un ave de estatura poderosa

balanceando en la tarde todo su peso puro.

Surge como un puñal:

pastor de Buenos Aires,

de sus ovejas tristes que arrastran el silencio,

heridas de agujas y relámpagos,

hechas de pan y pena,

de harina polvorienta.

Es una cuerda fina enhebrando raíces,

midiendo identidades.

Entonces una voz es el oro iracundo,

la abeja colosal que sacude sus alas.

Y la mujer de nieve

y el patio de amapolas

sonríen, de repente.




Arte: "Mujer sentada 3",  Manuel Martín Morgado 

1º Premio Poesía XXIX Concurso Literario Ciudad de Lobos “Miriam Miguens”Emisora EL 10 Lobos, Lobos, Bs. As. (2014)

1º  Premio Poesía Premio de Poesía y Cuento ''Un millón de Gardeles'', Ediciones Libros del Zorzal, Museo Casa Carlos Gardel y Mecenazgo Cultural Buenos Aires Ciudad, Ciudad de Buenos Aires (2011)


sábado, 19 de noviembre de 2011

ANA Y EL VOLCÁN


ANA Y EL VOLCÁN

Para Ana, que tiene la suerte de abrir su ventana y ver al Popocatepetl



Ella abre su ventana

y allí está,

la gran montaña que humea,

el misterio donde se cuecen fuegos

cuando el pulso del crepúsculo se acelera

y el cielo luce

su vestido de gasa rosa.



La muchacha está en la ventana

y es parte del paisaje.

¿Cómo imaginar el volcán

sin imaginarla a ella,

abriendo esa ventana con sus manos morenas,

quitándose los ojos asombrados

-con un asombro renovado cada día-

para arrojarlos a los pies del gigante?

Sus ojos inquietos,

esos que, algunas veces,

bracean en un mar de lágrimas.



Ella está en la ventana,

y es parte de la vida.

La muchacha que ríe y que se duele,

que ama y  que desama,

que se tiende al sol con vocación 


de lagarto de plata.

La muchacha que también cuece en su sangre

 fuegos inesperados.

La que sueña con un amor rimado

y un suspiro de alivio.



Ella abre su ventana,

y allí está,

la gran montaña que humea.



Yo abro el abanico de mis versos

y los encuentro a los dos,

a Ana y al volcán,

imposible imaginarlos el uno sin el otro,

imposible separarlos en este juego absurdo

que algunas veces llamamos poesía.


 
 Arte: "Volcano", Ewelina Ozóg



viernes, 18 de noviembre de 2011

CANCIÓN DE LA AMANTE DESASIDA


CANCIÓN DE LA AMANTE DESASIDA
 
"No es el amor, tal vez. ¿Y si lo fuera?"
Julia Prilutzky Farny


 
I
   
La noche se atrinchera

en el delta procaz donde los ángeles

confinaron el celo.

Algún espasmo lúcido desarma

su figura rotunda,

geométrica y perfecta,

y se arrima a tus labios

donde muere

con una muerte dulce y no definitiva.

Y se vierte en tus labios

donde nace

como un presagio claro de lo eterno.

Te envuelvo en mis temblores para darte

la corona de espinas

que te erige

como amo transitorio de mi cuerpo.

Tu solícita lengua,

con su rumor de insecto laborioso,

desentraña el secreto:

no hace falta una espada

para abrirse

camino entre las flores.

No hace falta una flor,

sólo un latido,

rosado, pavoroso,

para parirme inmemorial en tu garganta,

martillarme en tu boca,

clavarme fiel como el olor del viento

en el ardor de tus fosas nasales.

Y resistir, caliente, en un perfume,

en un olor de hembra alucinada,

los embates del tiempo.




II
 
Cada siembra postrema
 
de tu cuerpo en mi vientre
 
desamarra
 
las jarcias del dolor
 
y desata los nudos de carne que frenaron
 
la expedición sensual de mis caderas.
 
La libertad llegó junto a ese trueno
 
que retumba
 
feroz
 
entre tus piernas.
 
Escondo arañas en todos los rincones
 
de mi cuarto en penumbras:
 
quiero testigos de las cruces rotas,
 
del aullido, del grito,
 
de la risa perdida y reencontrada,
 
del alivio del luto.
 
Escondo lluvia en todas mis palabras
 
para lavar aquello que me quema
 
y quedarme en tu abrazo
 
si es tu puerto
 
la escala que soñé definitiva.
 
Y partir sin sangrar
 
si en otra orilla
 
hay un hombre que espera.


 III
 
  No exijo palabras ni promesas,
 
no necesito ser la flor perenne
 
en el jardín de tus cavilaciones.
 
Prefiero ser la lila deshojándose
 
en el vértigo puro del deseo
 
y quedarme, desnuda, entre tus manos,
 
sin simulacros de absurdas primaveras.
 
Lo que tengo me basta:
 
un cuerpo que socava mis cimientos,
 
una caricia rota entre mis muslos,
 
el abandono voluntario de mis máscaras,
 
el semen que enamora,
 
aunque el amor me dure poco y nada,
 
y el azar lamiéndome despacio
 
la piernas infinitas,
 
el gesto de placer crispado,
 
las manos que no esconden y no ofrecen.



IV   
 
El silencio no punza
 
si se amuralla entre tus fieros dientes,
 
he olvidado el alfabeto incierto
 
que fogoneó tu nombre.
 
Yo no quiero nombrarte,
 
sólo verte
 
balanceándote en el hambre de mi cuerpo,
 
trasuntándote en pan
 
y en dulce vino
 
que moja mi garganta separada
 
del desierto temido y abrazado.
 
Defendí mi dolor con uñas rotas,
 
con la certeza cruel de que al perderlo
 
ya no tendría nada.
 
Hoy arrojo el dolor lejos del alma,
 
sólo es el ramo de una novia muerta:
 
ya no quiero ser novia
 
y no quiero estar muerta.
 
Tu boca rasga los tules corrompidos
 
que amortajaron mi piel 
 
en el umbral siniestro de la espera.
 
El altar de mi carne profanado
 
por tu sexo sin nombre  
 
recupera su condición sagrada:
 
soy la diosa, otra vez,
 
la única diosa
 
a la que rindo culto.
 
Puedo partir llevándome el silencio,
 
puedo volver ahora que las flores
 
no mueren en mis manos
 
y no hay lágrimas vejando nuestra fábula
 
 y no te debo nada.








domingo, 13 de noviembre de 2011

CERRANDO PUERTAS, 1º PREMIO CONCURSO LITERARIO EL MENSÚ EDICIONES

    EL MENSÚ EDICIONES

 

 


Cerrando puertas,  Raquel Fernández


Cerrando puertas
Raquel Fernández
Avellaneda, Buenos Aires
1er. Premio
                                                                                   A Daniel
“¡No le toques ya más que así es la rosa!” – Juan Ramón Jiménez
I
De repente, la ausencia.
Un manotazo,
la voz de fuga.
Un manotazo,
la rotura del mediodía.
La ortografía del muerto en un papel amarillo.
Peligro de habla.
Peligro de gritar lo que no se dijo nunca.


II
Ciega de alma,
la mesa.
El lugar vacío.
El instante que humedece las palabras.
Partir el pan y el cuchillo.
Partir la boca muda.
Saber la fatalidad más grande.
Sin volver a mirarlo jamás.
Porque esa risa no era mía:
las fotografías mienten.


III
Cuándo dio el salto.
Cuándo se convirtió
en el antepasado de la esperanza.
Dónde se dejó la vida.
Por qué no lo reconozco
en el roce de la luz.
Por qué fuimos arena
que no coincidió en ningún desierto.


IV
Entonces el alma es un lugar sin pájaros.
Entonces no hay más Infierno
que mugir para adentro,
dar estocadas ciegas a los signos,
entenderse por fin con la locura.
Entonces no queda más consuelo
que la desnudez atemporal de las flores.


V
Quién le sirvió a la Muerte este plato de carne viva.
Demasiado cercana para buscarlo.
Mi verso insiste pero no lo toca.
Hay una fiesta con amigos a la que no invitaron.
Me muerdo las manos, pero es tarde.
E inútil: no lo conozco.


VI
El llanto de los vivos espanta a los muertos.
Los párpados de los muertos espantan a los vivos.
Pero los ojos de los unos y los otros jamás se encuentran.
Hay reinos que no pueden tocarse.


VI
Los juguetes de la vida están rotos.
Hay que cumplir los ritos que envuelven
cada llama que se agota.
La tierra en la garganta finalizando historias.
La tierra sofocando los ojos
que nunca fueron llaves.
Él abandonando las garras.


VIII
Sangre resbalada en sus últimas baldosas.
Sangre que no es sangre pero duele
como un animal moribundo.
Quiero sentirlo mío, pero no puedo.
Algo me arrancó su tiempo
y no hay lágrimas que valgan
para recomponer la injusta tragedia de la carne.


IX
Elevo mi nada hacia lo que no escucha.
Podría tener una cruz.
Podría tener un escapulario
que dijera su nombre.
Pero a los muertos hay que dejarlos ir.
Por eso le suelto las manos.


X
Dolió aprender a no palpar la rosa.
A cerrar ese tiempo que fue nuestro.
Escaso, errado, flemático, indigente.
A restañar con palabras el pasado imperfecto.
Para que los muertos y los vivos comprendan
de una vez por todas
que ya no hay que tocar nada.
El poema está terminado.



viernes, 11 de noviembre de 2011

LANA Y AGUA


LANA Y AGUA



Nunca me pregunté por qué Lucy 

estaba en el Cielo. 

Nunca me pregunté si estaba viva 

o muerta 

o estrictamente dormida. 

Nunca me pregunté si era calva, 

si la agonía había llegado pelo por pelo 

mientras los zapatos blancos susurraban 

y barrían la llaga 

debajo de los muebles. 

Nunca me pregunté si estaba rota, 

si la torpeza había llegado vena por vena 

mientras todos los zapatos la excluían 

y nadie barría nada porque había llaga 

pero no había escoba 

ni había muebles. 



Lucy era un sueño 

sujeto a metamorfosis: 

ahora, el sol, 

ahora, una constelación de objetos 

dulcemente inútiles,

ahora, la niñita que cree seis cosas increíbles 

antes del desayuno.

Ahora, su cuerpo de caleidoscopio 

tomando decisiones vertiginosas, 

sus amantes, embutidos en trajes de papel, 

multiplicándose. 

Ahora, la garganta centelleada de flamencos, 

los muslos fosforescentes, 

la cabeza en las nubes. 

Una puerta abierta entre las piernas. 

Y los diamantes. 

Los diamantes.



Siempre creí que Lucy era yo. 

Pero yo no sé ni tejer 

ni remar. 

Y los espejos 

suelen darme la espalda. 


Lo maravilloso es fácil. 

Lo difícil es todo lo demás.





Arte: Duy Huynh

sábado, 5 de noviembre de 2011

ENCARGO


ENCARGO
 
 “Dile que no me huya, amor, y dile
que no me vuelva a herir, que no me aparte,
que soy el brillo húmedo en sus ojos
y el latido en su sangre.”
Julia Prilutzky Farny 
 
 
 
Decile que lo voy a esperar
 
en el lugar de siempre,
 
parada en puntas de pie,
 
apretándome contra la huella de su cuerpo,
 
deshaciéndome en la punta de sus dedos
 
con un gemido ahogado en mi vagina perfecta.
 
Decile que voy a estar ahí,
 
desnuda debajo de mi precioso vestido
 
de muñequita impura,
 
propiciándome
 
en el líquido ardor del deseo,
 
sin pretextos de adioses comiéndome la boca,
 
sin planes para salvarme.
 
Decile que voy a estar ahí,
 
desmembrando soledades e insomnios,
 
gastándome el pellejo dentrofuera de la lluvia,
 
tiritando bajo mi sombrero de eterna exiliada

 (una mujer con sombrero,
 
como un cuadro de viejo Chagall,
 
tan canción, tan cliché, tan mentira).




Decile que lo voy a esperar
 
en el lugar de siempre,

el cuello descalzo reclamando
 
el colmillo o la soga,
 
la sonrisa indeleble,
 
aunque él no llegue nunca
 
y yo
 
haya colgado los gestos de mi piel
 
en los percheros de otras habitaciones.



Arte: Viktor Sheleg


miércoles, 2 de noviembre de 2011

HERIDAS


HERIDAS



 No toco mis heridas  

porque aún no están cicatrizadas.  

Aprendí  

a convivir con ellas  

como se convive en primavera  

con una alergia molesta,  

como se convive en invierno 

con un resfrío inoportuno.  

Pero jamás las toco.  

Me distraigo  

pintando flores en las paredes de mi cuarto,  

empolvando mi nariz de señorita victoriana  

o bordando iniciales  

en anacrónicos manteles de colores  

que jamás voy a usar.  

Me conformo 

adjetivando el sonido de la lluvia,  

deshaciendo los pájaros de niebla  

que tiemblan en mis labios  

con la saliva huérfana y rotunda 

que no gasté en tu boca.  

Los amantes vienen y se van  

-los nudos de carne se deshacen  

con un soplo de viento-  

y la lluvia persiste,  

y los soles son cada vez más débiles  

y se quiebran como vidrio coloreado  

cuando intento clavarlos 

en la ventana que abrí,  

cuando te amaba,  

en el muro secreto de mis ensoñaciones.




Arte: "The Goddess Hel", Elizabeth Caffey