domingo, 27 de julio de 2008

CUANDO TE AMABA


CUANDO TE AMABA

  “Junto a la hemoglobina me fui
y ya no sangro más”.
Solari-Beilinson, “Motorpsico”
 

 
Cuando te amaba

restañaba tu sangre con gemidos

y justificaba las horas malgastadas

delineándome en el mapa de tu cuerpo;

me descolgaba de la cruz imaginaria

que escarnecía mis alas,

devoraba la razón y la furia,

y era en la punta de tus dedos

la muñeca de carne que se abrazaba

a sus pequeños actos pervertidos,

la dulce perra en celo

con la cara terrible como un espejo

y las palabras a medio morder.
 


Cuando te amaba

prescindía algunas veces

de mis máscaras

y un hilo débil de ternura

me ataba al tiempo del sueño.



Cuando te amaba,

cuando el clonazepam no susurraba en mi oído insomne

su obscena canción de cuna,

y mis pájaros eran libres,

y todavía no había dicho basta.




Arte: "Mist and Powder", Natalie Shau 

1º Premio Votación del Público - Ciclo "Poética Nacional", Homenaje a Alejandra Pizarnik, Universidad de Lanús, Lanús, Bs. As. (2008)

1º Mención III Concurso Literario "Héctor Pedro Soulé Tonelli", CILPA (Círculo Literario Punta Alta), Punta Alta, Bs. As. (2012)


viernes, 25 de julio de 2008

ACTING



ACTING



Nunca fui una mujer práctica.

Será por eso que sufro tanto.

Jamás pude irme sin dar un portazo.

Jamás pude quedarme

sin dar todo de mí.

Las medias son para los pies,

diría mi abuela,

y, como siempre,

tendría razón.

De amigos a amantes hay un paso.

De amantes a amigos, un abismo.



Te amé mucho.

No quiero tomarme con vos

otro café anémico

y mentirte decorosamente

cuando digo

que las cosas en casa están mejor.



Nunca fui una mujer práctica.

No soy

de las que le levantan el ruedo a una relación,

le recortan la sisa,

le hacen un par de pinzas

y la convierten

en una prenda distinta a la que era.

Por eso no soy amiga de mis exs.

Jamás pude convertir un incendio

en una llamita fraterna.

Extingo mis incendios.

Los apago con lágrimas

y, una que otra vez,

le tiro a alguien un matafuegos por la cabeza.



“Acting”, diría mi psicóloga.



La Bernhardt, comparada conmigo,

tendría que haberse dedicado

a cultivar rabanitos.




Arte:  Lesja Chernish


martes, 22 de julio de 2008

SEGÚN PASAN LOS AÑOS


SEGÚN PASAN LOS AÑOS



Me desvisto frente al espejo.

Qué delgada estoy.

Seguramente me entraría

el vestido de los quince.

Lo que no me entra,

por mucho que me esfuerce

es esa sonrisa enorme que me partía la cara,

cuando tus ojos azules doblaban la esquina.



Tengo el mismo pelo que a los veinte,

revuelto y rebelde.

“¿Quién te corta el pelo?”, me preguntaste.

Qué forma extraña de entablar conversación con una chica.

A partir de ese día me lo cortaste vos.

Eras mi Edward Scissorhands

(te provocaría ternura verme,

después de tantos años,

intentando todavía vivir mi vida

como si fuera una película).



Esta boca es la misma

que te besaba a los veinticinco.

La misma boca enorme

que se devoraba al mundo,

porque el mundo eras vos

y el mundo eran tus palabras,

que me bebía a sorbos apurados,

y mitigaban la sed de mi tiempo de espera.

¿Y estas manos?

Son las mismas manos que se rompieron en caricias,

cuando por fin me animé a tocarte,

y escribieron cartas de amor y de desamor,

de perdón y de olvido.

¿Y estos pies?

Son los mismos pies bellos y pequeñísimos

(esos pies que me envidiaría hasta la mismísima Cenicienta)

que corrían a verte

saltando con audacia la rayuela del miedo.



Miro una foto

de cuando tenía cuatro años

y estoy haciendo el mismo gesto que te gustaba a vos,

cuando yo te gustaba:

la cabeza inclinada, la mirada baja,

(no recuerdo qué palabra usaste para describirlo,

¿contemplativo? ¿místico?)

Y sé que, para vos,

sigo siendo tan caprichosa como a los cuatro.



Tengo los mismos ojos

que tenía cuando te conocí.

A vos.

Y a vos. Y a vos. Y a vos.

El corazón, no.

El corazón está gastado.

Gastadísimo.

Pero por suerte no se ve.



Me desvisto frente al espejo

y me hago la ilusión

de que me estoy estrenando.

Qué delgada estoy.

Seguramente me entraría

el vestido de los quince.






domingo, 20 de julio de 2008

CICLO: "POÉTICA NACIONAL": HOMENAJE A ALEJANDRA PIZARNIK - UNLa

Ciclo: ¨ Poética Nacional¨ : Homenaje a Alejandra Pizarnik (1936 – 1972) - UNLa



Sábado 26 de julio de 2008

14 hs.

Universidad Nacional de Lanús
Edificio Talleres
Av. H. Yrigoyen 5682
Remedios de Escalada
Buenos Aires


Horarios
Actividades
14.15
Acreditación de Participantes
14.45
Apertura
15.00

“¿Alguien conoció a Alejandra Pizarnik?”,

disertación y lectura de poemas, Darcy Tortonese

“Alejandra Pizarnik, vida y obra”,
disertación de Mónica Porto y Claudia Vázquez,
del Centro Cultural Alejandra Pizarnik de Avellaneda.
15.40
Proyección del corto “Vértigos” de Vanesa Ragone y Mariela Yeregui. Una mirada sobre el universo poético de Alejandra Pizarnik que recrea los climas y las imágenes de su literatura, con testimonios de quienes la conocieron.
16.10
Intervalo
16.15
Taller de producción literaria a cargo de la escritora Lucia Quiroga
18.00
Puesta en común de la jornada. Lectura de poemas.
Actividades simultáneas
Exposición de fotografías y libros de Alejandra Pizarnik
Coloquios con miembros de las Sociedades de Escritores
Exposición de poemas de participantes
Selección de poemas mediante votación


Se convoca a todos los escritores que deseen participar con obra poética, a enviar como máximo dos poesías de hasta 30 versos cada una, para ser expuesta y valorada por los asistentes quienes votarán para elegir las que serán leídas en la puesta en común del encuentro. Enviarlas por correo electrónico a: vinc1@unla.edu.ar, consignando datos nombre apellido y número telefónico. También pueden traerlas impresas en hojas tamaño carta en letra tipo arial tamaño 14, con el título en la parte superior, y autor en la parte inferior derecha.

Organizan: Universidad Nacional de Lanús
Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires
Sociedad Argentina de Escritores Secc. Sur Bonaerense





martes, 15 de julio de 2008

THE CRYING GAME


THE CRYING GAME   
 
I know all there is to know about the crying game
I've had my share of the crying game
Geoff Stephens

   
 
El desabrigo de la ausencia
 
abrió de par en par las puertas
 
de un feroz aguacero
 
y diluvia en mi boca
 
y en mis manos perturbadas
 
(y recuerdo otras manos,
 
sus manos que sabían descubrirme debajo de mis miedos
 
y remontar mis piernas con una agilidad sonora,
 
y me encontraban siempre al borde del verano,
 
estallando
 
como un proyectil de alba incandescente).
 
Me pregunto en ocasiones
 
cuánto del olor satisfecho de mi pubis
 
se quedó en la maraña de sus dedos
 
como el estigma de lo inacabado.
 
Y retengo su mirada deshojando mi escote
 
y custodio su nombre,
 
doblado por esta rabia ingente,
 
en el cajón secreto donde las sombras

se confunden, a veces,
 
con las pulsaciones estériles
 
del deseo roto.




Arte: "I Still Feel You", Shannon Bonatakis


domingo, 13 de julio de 2008

DESAPARECIDOS


DESAPARECIDOS



Vienen desde el pasado,

las lenguas engrilladas,

las voces suprimidas.

Traen la lluvia en los ojos,

la lluvia que ha llovido

sobre tantos silencios,

sobre plazas blindadas

con miedos y palomas,

sobre rondas eternas

buscando una palabra

que justifique el llanto,

que sustente la espera.



Vienen desde el pasado,

arrastran la vigilia

del muerto sin reposo.

Alguien les ha quitado  

su lugar en la tierra,

sus cruces y sus  flores.

Infinitas preguntas

vacías de respuestas

son su posesión única: 

han perdido hasta el nombre.



Vienen desde el pasado,

en sus manos marchitas

exhiben corazones

con agujeros de bala,

con puñales clavados,

con hebras de veneno

estrangulando sueños.



Y con sus voces mudas,

sus lenguas engrilladas,

sus palabras exhaustas,

su cielo amordazado,

claman por la memoria.




Arte: “Canto a los desaparecidos”, Juan Carlos Ñañake

3º Premio Poesía – “Certamen Literario de Poesía y Cuento Homenaje a Mario Benedetti”Taller Literario Julio Cortázar de Doris Brugiati, Lanús, Bs.As. (2006)


domingo, 6 de julio de 2008

MUJERES QUE SE CANSAN / CRISTINA FERNÁNDEZ


MUJERES QUE SE CANSAN

A mi hermana.
A Sylvia Plath.
A Alejandra.
A Alfonsina.
A todas las mujeres que se cansan
y encuentran su única e irrepetible manera de rebelarse.




Ella metió la cabeza en el horno, para que el dulce vaho la llevara a la muerte. Ella sabía de la profunda opresión que acompaña al abandono. Lo conocía desde pequeña, sometida al recuerdo ¿amoroso? ¿torturado? ¿perfecto? del padre idealizado.
Padre perfecto que marca una continua búsqueda de la perfección que nunca llega. Y en esa búsqueda de la perfección, encontró más cadenas. No hay sujeción más profunda que la que una mujer hace consigo misma, cuando se autoexige cumplir “a la perfección” todos los roles para los cuales se supone que nacemos.
Cuando llega “su salvador”, “su perfecta mitad masculina”, la claudicación es completa. Un Mesías que redime, somete. Y, por sobre todo las cosas, un Mesías es perfecto. La dominación es doble, triple. Por ser Mesías, por ser perfecto, por ser hombre.

Pero se cansan, las mujeres se cansan. Y ella se cansó también. Del padre perfecto, del Mesías, de “la terrible perfección que no puede tener hijos”. Inició su propia rebelión. Como un ritual solemne, como el arte de morir que ella hacía excepcionalmente bien, preparó su revolución, y ese fue el epitafio. Su manera de rebelarse, de sacudirse del sometimiento que la acompañó toda su vida. Ella metió la cabeza en el horno, y en la muerte, encontró la libertad.

Ella tomó una sobredosis de seconal sódico, para que el dulce sueño la llevara a la muerte.
Decía que fue una nena feliz. Decía ser una mujer feliz. Pero también decía sentirse, por fin, cansada de “jugar al personaje alejandrino”. Sometida por ese personaje alejandrino, que podía coquetear con los devaneos de las anfetaminas, con la pintura, con los somníferos o con la poesía, como si estuviera coqueteando con un hombre. O con una mujer. Sujeta a la imagen de adolescente que el espejo le devolvía todo el tiempo, a pesar de tener treinta años. Claudica ante el miedo de entrar en la adultez. La dominan los prejuicios genéticos y fraternales, y también el snobismo de negar todo el tiempo que esos prejuicios eran parte de su mundo, y que por eso se negaba a sí misma, porque esos prejuicios la sometían.

Pero se cansan, las mujeres se cansan. Y ella se hastía de aspirar a convertirse en un ser excepcional. Se cansa de negarse a sí misma, de negar lo que es y lo que siente. Porque es evidente que la osadía de escribirlo no le alcanza. Y encontró una manera de rebelarse. Ella se tomó una dosis excepcional de seconal, y en la muerte, encontró la libertad.

Ella se ahogó por decisión propia, para que el dulce mar la llevara a la muerte.
Había elegido ser libre en una sociedad que no lo permitía ni lo perdonaba. Había elegido amores anónimos, hijos sin padre; había elegido decir que es feminismo el ejercicio del pensamiento de la mujer, aunque las mujeres hubieran tenido que esperar treinta años para tener derechos políticos. Pero también fue sojuzgada. La sometió la enfermedad, la conciencia del deterioro, de la propia finitud.

Y se cansan, las mujeres se cansan. Y ella se hastió de tener que estar “dispuesta a todo”, tal el significado de su nombre. Y encontró una manera de rebelarse. Arrojarse al mar y buscar la libertad en la muerte.

¿Existe el destino? ¿Existe acaso algo parecido a un designio fatal e inevitable de qué cosas van a pasar con nuestras vidas? ¿Existe acaso un supremo titiritero universal, que mueve las marionetas, hombres y mujeres, para que esas marionetas, hombres y mujeres, seamos libres o sometidos, o elijamos la muerte como una forma de dejar de sufrir el dolor de estar vivos y de sentirnos doblegados?

¿Existe otro final posible, que no sea el suicidio, para el cuento de las vidas de las mujeres que se cansan? Las mujeres anónimas, que se levantan para ir a trabajar, que cocinan, que planchan, que cuidan a los hijos, y se ocupan de sus tareas, que ven cómo la vida se les pasa sin haber sido seres excepcionales, sino mujeres comunes y corrientes, esas que se cansan todos los días, pero que a veces ni se lo dicen a sí mismas… ¿cómo se rebelan?

Ella escribe poemas. Por momento, compulsivamente. Era un ser excepcional sin proponérselo, pero el amor la había enceguecido, porque era la primera vez que tenía un amor seguro, un amor que la muerte o la violencia no le habían arrebatado. Y se aferró a ese amor, como al aire para respirar. Y en ese aferrarse encontró su cárcel, y sus grilletes en los tobillos y en las muñecas, y sus cadenas.

Y amó. Puedo dar fe de que amó, más allá de todo y de todos; amó desesperadamente, hasta que su yo se fundió, se derritió, se pulverizó, en medio del sojuzgamiento del que ni siquiera se daba cuenta.

Pero se cansan, las mujeres se cansan. Se hastió de tener un yo aniquilado; se cansó de ser el “apéndice” del hombre perfecto; se cansó de confundir amor con grilletes y cadenas; se cansó de la humillación de que la quieran complemento, añadidura. Y empezó a rebelarse. Empezó su propia rebelión interna, creo yo el mismo día en que se animó a hacer público un poema.

Nadie sabe cómo terminará la revolución iniciada. Hay momentos de auge en la lucha, momentos de baja. La rebelión oscila, pero soterrada va carcomiendo los cimientos de la dominación. Las revoluciones, aun las derrotadas, no pasaron sin dejar marcas en los pueblos que las vivieron. Las revoluciones personales, tampoco. “Toda verdad transcurre por abajo, como toda esperanza”, escribía Rodolfo Walsh.

A pesar de todo y a su manera, ella ya encontró una forma de liberación, embrionaria todavía. No la halló en el gas, ni en el seconal, ni en el mar. La halló en empezar a transcurrir por abajo, y tal vez, al final de ese camino (que tengo la certeza de que ya ha iniciado), encuentre, por fin y para siempre, la libertad.



CRISTINA FERNÁNDEZ



Arte: “Blue”, Natalie Shau



miércoles, 2 de julio de 2008

ALGUNAS VECES


ALGUNAS VECES
   
"...Vuelvo a ser responsable y adulta, todo el día. El resultado final
es que el termostato de mis sensaciones se ha descompuesto: han pasado años, y a veces me pregunto si mi cuerpo volverá a registrar una temperatura algo más que tibia."
Elizabeth McNeill, "Nueve semanas y media"
 
 
 
 Algunas veces
 
le miento a mi cuerpo,
 
intento convencerlo
 
de que ya no necesita más juegos perversos
 
ni sábanas manchadas de alivio.
 
Le juro que el celo
 
no aúlla en mis venas,
 
que mi feminidad no clama
 
por unos dedos poderosos
 
que acribillen mi codicia
 
y quebranten los escondrijos secretos
 
de mi sensualidad alborotada.
 
Lo amordazo con una domesticidad que me asquea
 
y a la que me aferro
 
cuando mis piernas recitan
 
el salmo cruel del deseo no saciado.
 
Algunas veces
 
me obligo a ser
 
la marioneta de carne que se desluce
 
en el umbral de un ojo ciego
 
y me repito a mí misma
 
que ya no quiero cuerdas para amarrar
 
mi desnudez iluminada,
 
ni cadenas que me embellezcan hasta que duela,
 
ni siquiera vendas que hagan la noche
 
en mi mirada sedienta.
 
 
 
Sin embargo hay una pequeña llave
 
que sangra todavía:
 
la he restregado con cenizas y con tierra,
 
la he lavado con mi llanto
 
(es mentira que yo nunca lloro,
 
yo tallo poemas en la piel del viento
 
con el cincel luminoso de mis lágrimas)
 
y no he podido detener
 
su temible hemorragia,
 
porque esa llavecita sabe
 
que hay una cerradura en la que sí encaja.
 
Pero yo tengo tanto miedo
 
que ya no quiero abrir más puertas.
 
 

Arte: Ray Caesar